Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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miércoles, 20 de junio de 2012

Vatileaks o una nueva oportunidad

 Esta divulgación de problemas y rencillas muy poco evangélicas sería menos sorprendente si la Iglesia fuera más transparente. Rafael Velasco*. 
 

Los católicos creemos que la Iglesia es santa y pecadora y es, más allá de las apariencias, la comunidad de los creyentes en Jesús fundada sobre la piedra de la fe de los apóstoles. Tampoco se nos escapa, al menos a algunos, que esa realidad espiritual tiene una manifestación histórica y que esa realidad histórica ha ido tomando diversas formas a lo largo de los siglos.

Esa realidad histórica es patente a todos –creyentes y no creyentes– y está, por lo tanto, expuesta a la crítica y la opinión pública.

Así, plantear críticas a la realidad visible de la Iglesia implica pensar en su reforma, término que a nivel espiritual se entiende como “conversión”. O sea, una vuelta a los orígenes, que hunde sus raíces en el Evangelio.

El caso de “filtraciones” de documentación privada del Estado Vaticano en libros y medios de comunicación (llamado vulgarmente “Vatileaks”) pone sobre el tapete algunos aspectos difíciles de esa realidad histórica eclesial.

Hay filtraciones que tienen que ver con el gobierno del Estado Vaticano y otras que tienen que ver con el manejo de la Iglesia como comunidad. Uno de los primeros problemas es que ambas realidades –Estado e Iglesia– están profundamente interrelacionadas.

El Estado Vaticano es –como realidad– una rémora de los estados pontificios. Es lo que quedó al final de la historia del poder temporal de la Iglesia.

Y, como tal, es una realidad que presenta las dificultades del manejo de todo Estado, con el agravante de que este Estado debe ser regido con criterios religiosos, en un mundo que se maneja con otros criterios. Entonces, esa vinculación con lo mundano no siempre da resultados felices. A las pruebas hay que remitirse.
Por lo tanto, este conflicto revela serias dificultades para manejar el Estado Vaticano, con criterios de transparencia y coherencia religiosa. Esto plantea la oportunidad de pensar en una profunda reforma respecto de esta realidad histórica que es el Estado Vaticano.

Hay más. Esta divulgación de problemas y rencillas muy poco evangélicas sería menos sorprendente si la Iglesia fuera más transparente.

El ocultamiento sigue siendo una política demasiado acendrada en determinados ámbitos. La opacidad y el ocultamiento dan lugar a suspicacias.

La pretensión de negar nuestra propia fragilidad humana alimenta la suposición de que no nos tocan –a los eclesiásticos– las generales de la ley en cuanto a ambigüedades, luchas internas, pasiones y deseos. Por eso, cuando queda expuesto, resulta el escándalo.

Una mayor transparencia en cuanto a las cuestiones que competen a todos los miembros de la Iglesia ayudaría a que se pudiera comprender mejor que la realidad espiritual de comunidad creyente en Jesús se da modestamente en la realidad histórica que vamos construyendo. Con aciertos y errores.

Pero si, además, desde ciertos sectores de la institución eclesial se asume tácitamente el papel de una suerte de agencia de moralidad internacional (que pretende establecer normas para todos), cuando nuestras miserias humanas salen a la luz, otros –desde fuera– no son nada misericordiosos con nosotros.

Entonces, creo que este conflicto es una gran oportunidad para repensar en profundidad la realidad del Vaticano como Estado y de la Iglesia como comunidad creyente, una oportunidad para reflexionar respecto de algunas prácticas y cambiar actitudes de ocultamiento y opacidad por una mayor transparencia.

No caben dudas de que ganaríamos en credibilidad hacia adentro y hacia afuera de la Iglesia. Y probablemente seríamos un mejor reflejo de lo que Jesús ha querido.

*Rafael Velasco (Rector de la Universidad Católica de Córdoba)

Fuente: La Voz del Interior on line 20/06/2012

COMENTARIO del Plumudo:  "Pan y vino"... pero "Al pan pan y al vino vino!!" y no "Pan y Circo" o "toco y me voy"

Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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