“Rusia Unida” ha salido victoriosa de la compulsa electoral rusa. Frustración occidental y entretelones de un tiempo agitado.
Por Enrique Lacolla

Vladimir  Putin se ha impuesto por una mayoría aplastante en las elecciones  presidenciales rusas realizadas el pasado domingo. Sin embargo, en el  ámbito de la prensa internacional se ha montado un gran operativo para  desestimar esa victoria calificándola de “fraudulenta”, aunque no haya  factores palpables que demuestren que el resultado que otorgó a “Rusia  Unida” el 64 por ciento de los votos sea espurio. Esas denuncias se  fundan en el clamor de parte de la oposición y en los movimientos  callejeros convocados para protestar por los resultados de estas  elecciones y de las anteriores que refrendaron la mayoría oficialista en  la Duma. La maniobra venía preanunciándose desde tiempo atrás, con el  desmesurado eco que la prensa occidental daba a las figuras de la  oposición, en especial a aquellas que se consideran perseguidas por el  “régimen” y gozan de cierto renombre internacional, como el campeón  mundial de ajedrez Gari Kasparov, y también a través de la proclamación  anticipada, tanto de los opositores como de los medios internacionales,  de que las elecciones serían amañadas en cualquier caso. Expediente  sospechoso, este, pues no sólo advertía sobre eventuales manipulaciones,  sino que abría el paraguas ante la estimación de que se produciría un  aluvión de votos progubernamentales. 
El juego sucio no es ninguna novedad en la política. No es para nada  imposible que se hayan producido irregularidades en la elección rusa,  aunque su cuantía es difícil de determinar desde aquí y de cualquier  manera no parece que puedan haber otorgado un tan significativo margen  de ventaja al candidato oficial, en especial si se toma en cuenta que en  centros urbanos tan importantes como Moscú, Putin no consiguió la  mayoría absoluta. Nada de esto, sin embargo, disuade a los mass media y a  los gobiernos occidentales de pontificar en torno de la imperfecta  democracia rusa y de exigir algunos, muy sueltos de cuerpo, que se  realicen nuevas elecciones… 
Contrasta esta actitud purista con la benevolencia con que se trató a  Boris Yeltsin, el matón borracho que se hizo cargo de la tarea de  desmembrar a la Unión Soviética y de imponerle una economía de mercado  caracterizada por la corrupción, la emergencia de una burguesía mafiosa y  la violencia. ¿Acaso ha olvidado Occidente su simpatía para con el ex  gobernante ruso cuando aplaudió su feroz e ilegal represión del  Parlamento, que lo había depuesto por medios rigurosamente  constitucionales, en la crisis de septiembre y octubre de 1993? En ese  momento Boris Yeltsin no sólo disolvió a tiros a las decenas de miles de  manifestantes que llenaban el centro de Moscú en contra de su reforma  económica neoliberal, sino que bombardeó con tanques del ejército la  Casa Blanca (sede de la Duma, por entonces), reduciéndola a un esqueleto  quemado y matando a centenares de personas. 
Occidente demostró la más “amplia comprensión” por las bestialidades  cometidas en ese proceso y se congratuló por las perspectivas que este  abría para “consolidar la democracia en Rusia”. “Democracia”, en este  como en otros casos, como enseñara don Arturo Jaureche, no significa “el  gobierno de las mayorías, sino el gobierno de los democráticos”. Unos  democráticos que identifican a la libertad con la libertad de mercado y  con la franquicia para que los grandes capitales hagan lo que quieren. 
La acrimonia occidental respecto de la elección rusa y su fogoneo de las  manifestaciones que exteriorizan una protesta contra los lados  negativos del régimen –que indudablemente los tiene- no son en el fondo  otra cosa que la exteriorización de un temor al renacimiento de Rusia  como una potencia independiente, apta por sus capacidades militares, su  fuerza industrial, su extensión y por la masividad de sus recursos  humanos y materiales, de hacer sombra a Estados Unidos y a sus aliados  en su propósito de instaurar un orden mundial fundado en la  globalización asimétrica de la economía. 
Ese renacimiento está en curso, pero la persistencia occidental en  opacar la victoria de Putin demuestra que tal aspiración no es aceptada.  La forma en que ese rechazo se manifiesta se conecta con el proceso de  las “revoluciones de color” puestas en práctica, con el aliento de  Estados Unidos, en países de la ex órbita soviética, a los que se aduce  se suman ahora los movimientos que se producen en el medio oriente. Hay  mucha confusión, deliberadamente inducida, en la apreciación de este  tipo de manifestaciones. En la ex URSS las manifestaciones reivindican  tácticas no violentas y están convocadas espontáneamente, dícese, a  través de la movilidad comunicacional de Internet, que alcanza a grandes  sectores juveniles de la clase media. Sin embargo, el apoyo que reciben  de parte de actores externos como la CIA, el National Endowment for  Democracy, la USAID y fundaciones privadas como la de George Soros,  indican que se está frente a operaciones de inteligencia manipuladas con  habilidad y sostenidas en el tiempo. 
De las revoluciones de color al color de la sangre 
Parece evidente que la alianza atlántica no ceja en su propósito de  imponer el nuevo orden global. En tono menor o en tono mayor, la  ofensiva desencadenada a partir del hundimiento de la Unión Soviética  sigue su marcha. Los acontecimientos en Rusia demuestran esa  persistencia, pero mucho más la enseñan los procesos desencadenados en  medio oriente bajo la cobertura de “la primavera árabe”: una especie de  sustituto local de las revoluciones de color. Sólo que, en razón de la  fragilidad estatal de los actores que están en presencia en esa área y a  la existencia de fuertes tendencias centrífugas allí, las cosas tienden  a manifestarse de acuerdo a parámetros mucho más violentos. Más allá de  la legitimidad de muchos reclamos (como fue el caso de Egipto y Túnez, y  el de Bahrein, que fue ahogado en sangre por los saudíes), la tendencia  predominante ha sido aprovechar la debilidad de regímenes  desprestigiados tanto por sus entuertos como por la propaganda de  occidente, para intentar fracturar la integridad de esos países y  proseguir el rumbo en dirección a la eliminación de los estados díscolos  al diktat de Washington e Israel. Eliminado Irak y fulminado Gaddafi en  Libia, los cañones se han vuelto ahora contra Siria, como escalón para  la embestida final y definitoria contra Irán, que permitiría organizar  la zona de acuerdo a los requerimientos de la OTAN. 
Hay quienes, como Immanuel Wallerstein, que opinan que la ofensiva final  no se llevará a cabo, por el evidente peligro de desestabilización  mundial que ella acarrearía; pero hay otros, como Noam Chomsky, que se  manifiestan mucho menos confiados. Nosotros tendemos a alinearnos en  esta segunda postura, pues la prosecución sistemática de estos  experimentos de ingeniería geopolítica no se puede justificar si no  existe un propósito claramente establecido de llegar al objetivo  prefijado, sea ahora o más tarde. 
El cinismo de la política de la OTAN queda bien establecido por el hecho  de que, si se preconiza las reivindicaciones democráticas frente a  figuras como Muammar Gaddafi o Hafez el Assad, la realidad sobre el  terreno indica lo contrario. No sólo porque se aplican o se intentan  aplicar expedientes bélicos para aniquilar la resistencia de los estados  mal o bien constituidos que garantizan cierta unidad a los territorios  donde ejercen su autoridad (los casos de Irak, Libia o Siria), sino  porque en esa tarea se emplean a operadores regionales que se distinguen  por su carácter irreductiblemente arcaico y antidemocrático, como los  fundamentalistas de Al Qaeda, muñecos de paja de los servicios de  inteligencia occidentales, útiles tanto para volar las Torres Gemelas  como para formar la punta de lanza de las ofensivas contra Gaddafi y  Assad. Que semejantes personajes son un peligro incluso para quienes  entienden manejarlos no es ningún misterio, pero las armas de doble filo  no dejan de ser armas y pueden redituar beneficios fuera de proporción  con su número. La exigüidad de este hace también a dichas organizaciones  susceptibles de ser aniquiladas con relativa facilidad, cuando sus  empleadores en las sombras entienden que el momento ha llegado. ¿O la  muerte de Osama Bin Laden no despierta sospechas? Justo en vísperas del  ataque a Libia, en el cual muchos de sus seguidores tomarían parte, el  líder y orientador del movimiento es oportunamente eliminado. Las  teorías conspirativas de la historia dejan de ser teorías y se  convierten en realidades prácticas cuando se articulan con una situación  política connotada por la primacía de los servicios de inteligencia  como estados dentro del estado, que hacen y deshacen en una permanente  lucha por conseguir un lugar destacado en los corredores del poder. 
Necesidad de una trascendencia 
Ahora bien, el resumen que acabamos de hacer respecto de las tendencias y los Deus ex machina  que se mueven por el escenario internacional, no debe privarnos de la  comprensión de que tampoco las víctimas de las maquinaciones que  condenamos son trigo limpio. En el cálculo de la realpolitik  cabe tomar en cuenta sus magnitudes como elementos que coadyuvan a  establecer cierta resistencia y cierto equilibrio frente a la ofensiva  del Imperio y su propósito de llevarse todo por delante, pero al  capitalismo salvaje no se lo combate sólo con más capitalismo, sea ruso o  chino, sino con algún tipo de convicción que trascienda los marcos de  la lógica del poder y del beneficio puro. 
En este sentido van las críticas del PCFR (Partido Comunista de la  Federación Rusa) que se ha negado a reconocer la legitimidad del triunfo  de Putin aduciendo que si bien los comicios han confirmado a “Rusia  Unida” en su calidad de primera minoría, las irregularidades electorales  pueden haber dado a esa fuerza una mayoría absoluta que estaría lejos  de haber existido. Un resultado diferente habría obligado a convocar un  segundo turno eleccionario, en el cual el partido encabezado por  Guennadi Ziuganov, que obtuvo por lo menos el 17 por ciento de los  sufragios, podría haber recaudado muchos más y haber emergido como un  factor alternativo a Vladimir Putin, perfilándose como una fuerza dotada  de futuro. Según el comentarista Iosafat Comín, el PCFR no cuenta con  ningún canal televisivo ni emisora de radio afín a su línea política. La  segunda fuerza electoral del país dispone por lo tanto sólo de una  estrecha franja de la torta informativa para difundir su mensaje. 
Estas trapacerías son el pan cotidiano de la política. Con todo, cabe  pensar si el mundo puede seguir indefinidamente así, sin que algo  estalle en el seno de las sociedades que son llevadas de aquí para allá  sin que un mensaje de esperanza articule el proyecto de una nueva  utopía. El fracaso de los grandes credos que recorrieron los siglos XIX y  XX no debe hacer olvidar que fueron ellos los que en definitiva  posibilitaron el movimiento hacia delante y el gran empuje que  permitieron salir de la opresión absolutista y burguesa, forjando  expresiones como justicia social, liberación e igualdad, y conquistando  un universo de posibilidades tecnológicas, científicas y sanitarias que  ha incrementado la esperanza de vida y ha revolucionado el mundo  poniendo a sus partes en un contacto estrecho e instantáneo. La historia  del hombre no termina aquí.
Fuente: http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=271
Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.
2 comentarios:
La historia del hombre no termina aquí... hay motivos para pensar que el futuro del hombre es más largo que su pasado, como decía B. Russell.
Muchas gracias por otra gran entrada, Bocha,
Un saludo,
Jose
Gracias José nuevamente por pasar y valorar lo publicado.
También creo que la coas no termina aquí, como también creo que la utopía de la esperanza nunca a dejado de estar por que sino desaparece la naturaleza del hombre.
Saludos rituales, Bocha.
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