Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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domingo, 4 de diciembre de 2011

Revisionismo y Celac (ampliado)

(El gráfico no acompaña a la publicación original)

Por Luis Bruschtein
Mientras Hugo Chávez leía en Caracas Memorias de la Nación Latinoamericana, un clásico del revisionismo histórico de izquierda, en la Argentina se creó un instituto que agrupa a los historiadores enrolados en esa corriente. Insólitamente, la creación del Instituto Dorrego levantó tanta espuma e hirió tantas susceptibilidades que dio la impresión nuevamente de que se estaba discutiendo algo más y que ese revisionismo que muchos de sus críticos habían dado por muerto sigue siendo mala palabra en las universidades y en la academia que administran el conocimiento.
La idea de la Patria Grande Latinoamericana y la negación o el énfasis sobre el impacto que tuvieron los imperialismos en el desarrollo de la historia de América latina han sido grandes divisores de aguas que generaron partidos políticos o los dividieron o les dieron forma. Sin maniqueísmos, esas líneas se cruzaron y encimaron, hubo un desarrollo inarmónico pero, aunque algunos lo niegan, esos lineamientos fueron algunas de las coordinadas de esa movilidad en la historia. Hubo quienes prefirieron ver en Estados Unidos un modelo de organización democrática y otros que lo vieron como una amenaza expansionista.
Lo real es que, más allá del modelo que necesariamente planteaba la primera revolución independentista y republicana del continente, desde el comienzo de la doctrina Monroe en el siglo XIX, Estados Unidos desarrolló una política de patio trasero con América latina. Se apropió de la mitad de México, invadió varias veces Nicaragua, Cuba, El Salvador, Honduras y Panamá y, ya en el siglo XX, Guatemala, Santo Domingo, Granada, Panamá, absorbió a Puerto Rico, creó la siniestra Escuela de las Américas, promovió golpes militares en toda la región y expulsó a Cuba del concierto institucional de la región.
La idea de la Patria Grande Latinoamericana estaba en la cabeza de San Martín y Bolívar y de los próceres independentistas como algo natural y fue también la bandera de los últimos caudillos montoneros como Felipe Varela y Ricardo López Jordán. Sin embargo, América latina desarrolló su historia en forma compartimentada. Surgieron los países y durante dos siglos, esas naciones se mantuvieron distanciadas. En esos dos siglos prácticamente no se crearon flujos comerciales intrarregionales. Cada país encaró sus relacionamientos hacia el exterior sin mirar a los costados. La configuración de esas relaciones fue la de un embudo, ya que la mayoría de ese flujo fue entre cada país y los Estados Unidos.
Esa configuración, donde todo confluía en Washington, implicaba también que la capacidad de tomar decisiones políticas, económicas y de todo tipo se concentrara de la misma manera y por lo tanto el entramado de las instituciones regionales como la OEA, organismos financieros y tratados militares, terminaban también por reflejar ese mecanismo. Esa estructura de las relaciones económicas, militares y políticas en el continente, tan dependiente de los Estados Unidos, hizo que se hablara de la necesidad de una segunda independencia, lo que implicaba guerras insurreccionales, guerrilleras y grandes revoluciones en el pensamiento del siglo XX.
Ese cuadro cambió y comenzó a descongelarse con la globalización a principios de los ’80. Sin que se produjeran esas grandes revoluciones y con una épica de lucha callejera y contienda electoral como marco, comenzó un incipiente intercambio comercial entre los países vecinos. Washington trató de interponer entonces los Tratados de Libre Comercio (TLC), como el ALCA, para controlar y encuadrar esos flujos comerciales. Al mismo tiempo comienzan a aparecer en forma muy volátil el Mercosur y los primeros roces con los TLC.
Pero las tendencias políticas reactivas no aparecieron con fuerza a nivel institucional hasta la crisis regional de las economías neoliberales a fines del 2000. Aparecen entonces gobiernos que confrontan con el modelo hegemónico de los Estados Unidos en la región, como venía haciéndolo en soledad el cubano desde mediados del siglo XX.
Se llegó así a la reunión del ALCA en diciembre de 2005 en Mar del Plata. Allí hubo tres presidentes que tenían claro lo que estaba en juego: Hugo Chávez, de Venezuela; Lula da Silva, de Brasil, y Néstor Kirchner, de Argentina. Los tres provenían de procesos muy diferentes así como de orígenes políticos e ideológicos distintos. Pero tuvieron la inteligencia de apartar esas diferencias para trabajar sobre lo que podía significar un giro total en la historia de América latina. Se opusieron al ALCA y lograron frustrar ese proyecto hegemónico de Estados Unidos. Y al mismo tiempo priorizaron como nunca antes los procesos de integración regional. También estaban allí Tabaré Vázquez, de Uruguay; y Nicanor Duarte Frutos, de Paraguay, que se sumaron al rechazo al ALCA, pero lo hicieron un poco por la presión de sus socios del Mercosur. Tabaré nunca descartó la posibilidad de un TLC propio con Washington.
Otros gobiernos se fueron sumando al impulso que le dieron los tres conjurados a esa nueva realidad que se iba plasmando primero a nivel de la región, con el Mercosur; después en el plano de subcontinente, con la Unasur, y que acaba de culminar ayer con la creación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), con la participación de los mandatarios de 33 países, menos Estados Unidos y Canadá. El proceso que iniciaron Lula, Chávez y Kirchner produjo un vuelco total de la carga histórica de la región. De aquel paraguas hegemónico y la dispersión se pasó a una organización en la que coinciden todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños, por primera vez en la historia, para organizarse –incorporando a Cuba, que había quedado fuera del sistema regional– y sin la tutela omnipresente de Washington.
Lo que hasta los años ’80 parecía que iba a ser un camino de guerras y revoluciones fue transitado en cambio con el tranco más lento pero más democrático y menos sangriento de las protestas callejeras y la conformación de grandes consensos populares que consolidaron sus proyectos en las urnas. Fueron acompañados también por un proceso económico donde las burguesías necesitaron ampliar sus negocios hacia los países vecinos para encontrar mercados a escala. Y al mismo tiempo surgieron dirigentes como Lula, Chávez y Kirchner y más tarde Evo Morales, Rafael Correa, José Mujica, Fernando Lugo y otros que supieron entender y orientar esos nuevos fenómenos. Ningún proceso es lineal, sin que se produzcan avances y retrocesos, pero a partir de ahora, Washington tendrá que cambiar todo su esquema de relacionamiento con la región.
Es impresionante el cambio del escenario regional producido en los últimos siete u ocho años. Es un cambio que estaría en línea con gran parte de la discusión histórica planteada por el revisionismo, que siempre fue tratado con desdén y desprecio por la academia y la universidad. La última guerra de independencia fue la cubana y por lo tanto su prócer, José Martí, fue el de ideas más modernas con relación a las demás independencias. Martí sentía una gran admiración por Sarmiento, pero cuando se publicó Civilización y Barbarie, el prócer cubano, con mucho respeto y con mucha inteligencia, publicó a su vez un pequeño libro, un opúsculo, que se llamó Nuestra América, que fue la contracara del texto sarmientino. Más allá de lo literario, en el contenido, la comparación no es buena para ese gran pensador y educador argentino.
Siempre fue estúpida la actitud paternalista y furiosamente despectiva de un sector de la academia y la universidad hacia un revisionismo histórico al que hay que reconocerle que puso el foco crítico sobre muchos aspectos de la historia que hoy están asumidos por todo el mundo. Y en ese sentido el revisionismo dio una clase de historia a muchos de los historiadores más renombrados entre los seudocientíficos de la actualidad. Estos historiadores “científicos” aseguran que el revisionismo y sus polémicas están perimidos, pero la histeria apenas contenida con la que reaccionan está diciendo lo contrario. Lo que se puede entrever de esa furia es que otra vez la historia es usada por ellos como excusa para discutir la política del presente (en realidad siempre es así) y sería bueno, entonces, que se blanqueara esa metadiscusión.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-182605-2011-12-03.html 


La Celac en diez claves

33 paises una sola idea
En un mundo que transita hacia no se sabe qué, y tampoco cómo ni cuándo, la primera cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) es una buena noticia para Sudamérica.
La creación de la Celac, en 2010, fue una iniciativa impulsada por Brasil cuando era presidente Luiz Ignacio Lula da Silva que la Argentina apoyó con entusiasmo y el venezolano Hugo Chávez acaba de aprovechar con habilidad en medio del cáncer y a 10 meses de las elecciones presidenciales del 7 de octubre.
El sistema planetario y la futurología son malos compañeros. Antes que definir cómo será la Celac dentro de 20 o 30 años parece más útil mostrar algunas claves de su debut en Caracas.

Clave uno. La Celac no sustituye a la Unasur, la Unión Sudamericana de Naciones creada en 2004, relanzada en 2007 y consagrada en su eficacia regional con la secretaría ejecutiva de Néstor Kirchner en 2010. En términos políticos la Unasur sigue siendo el núcleo homogéneo y, como tal, fue el motor de la Celac. Al impulsar el nuevo organismo, brasileños y argentinos se cuidaron de no diluir a la Unasur, así como la Unasur no diluyó al preexistente Mercosur.

Clave dos. La Celac incluye a México, y el propio presidente Felipe Calderón abrió las sesiones, pero la Argentina no repite viejos esquemas según los cuales México debe ser un contrapeso para el espesor internacional de Brasil.

Clave tres. La prueba de los dos primeros puntos es que Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff utilizaron el marco de la cumbre de Caracas para anunciar la creación de un llamado por los gobiernos Mecanismo de Integración Productiva entre la Argentina y Brasil. “Cuando Brasil crece, crece la Argentina”, dijo el canciller Héctor Timerman en una síntesis que pareció apuntar a una visión: más allá de las diferencias comerciales, que no superan el 10 por ciento del volumen total del intercambio entre los dos países, la Argentina apuesta a subir la escala de la relación con Brasi. Y aquí no hay espacio para la nostalgia sobre el PBI de cada país hace 100 o hace 50 años. Brasil está a punto de superar al Reino Unido en el ranking de las economías más poderosas del mundo y resulta que es el gran vecino de acá al lado. Pragmática, la Argentina actúa según esa realidad y se beneficia de ella tanto en términos económicos como políticos. Un ejemplo del último aspecto es el respaldo de la Celac al reclamo nacional de abrir negociaciones diplomáticas con el Reino Unido para recuperar las Malvinas.

Clave cuatro. Brasil y la Argentina no abandonaron a Venezuela ni como apuesta regional (centrada en el potencial energético de los venezolanos y en su rol creciente de puente entre Sudamérica y el Caribe) ni como apuesta política (Cristina y Dilma prodigaron gestos de cariño incluso personal a Chávez, que pelea con la biología y contra el tiempo para un eventual armado oficialista de cara a las elecciones).

Clave cinco. La euforia del presidente cubano Raúl Castro, que calificó a la Celac de la iniciativa más importante de los últimos 200 años, muestra otra cara del nuevo organismo. No reemplaza a la Organización de los Estados Americanos, que sí incluye a los Estados Unidos y tiene apartada a Cuba, pero sigue vaciando de contenido concreto a la OEA. Y, de paso, ofrece un paraguas de amplio espectro político para que Cuba pueda emprender una transición lo más ordenada posible desde la revolución hacia la construcción de un capitalismo mixto que no termine un buen día con una invasión de empresas inmobiliarias de Miami.

Clave seis. La Celac es otra forma más de reunirse y discutir en un mundo multipolar que se encuentra en plena reformulación. Los Estados Unidos, que aún son la única hiperpotencia militar, estos días respiran aliviados ante la caída del índice de desempleo al 8,6 por ciento, por debajo del 9 que parecía imposible de perforar. La Europa comunitaria discute ya sólo la medida en que cada país se reservará alguna cuota de soberanía ante la decisión alemana de convertirse en el gendarme fiscal de sus 27 socios, que así dejan de serlo para transformarse en pupilos. Beijing desacelera el crecimiento sin enfriarse mientras avanza en una sorda disputa naval, típica de la Guerra Fría, a ver quién predomina sobre quién en el Pacífico y el Mar de la China. Rusia hace lo propio con su marina en el Báltico. En ambas regiones está en juego no sólo el acceso a mercados, sino el control de riquezas naturales submarinas a explotarse en el futuro, desde petróleo y gas hasta yacimientos de oro.

Clave siete. En la multipolaridad hay instancias de construcción de poder regional nítido, como Unasur o el Nafta, y también instancias más débiles con objetivos menos permanentes, de composición más heterogénea o de conversión en foros de debate. Un ejemplo son los Brics, que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. No tienen un objetivo militar común, pero sí disputan juntos cuotas mayores de poder en el Fondo Monetario Internacional e intentan terciar en la crisis europea para evitar una caída brusca de la UE. Otro ejemplo, donde hoy se concentra la tensión de la discusión sobre los modelos internacionales de desarrollo, es el G-20, con presencia de dos latinoamericanos en sintonía (la Argentina y Brasil) y otro alineado con Washington, como México.

Clave ocho. México ya eligió el Nafta (fruto de una decisión política de integración con los Estados Unidos y a la vez consagración de una dependencia comercial y económica respecto del mercado norteamericano), pero un futuro gobierno del Partido Revolucionario Institucional que surja de una victoria eventual el 1ª de julio puede necesitar que a mano haya un foro donde retomar cierta dimensión simbólica de autonomía cultural respecto de su gran vecino. Esa perspectiva sería aún más acuciante si el presidente que suceda a Calderón, del conservador PAN, decidiera cambiar la actual estrategia de enfocar la lucha contra el narcotráfico como una guerra. El enfoque no es sólo intelectual: en México ya murieron más de 40 mil personas en los últimos cuatro años, el narcotráfico no se redujo y el contrabando de armas entre el sur de los Estados Unidos y el norte de México es tan fluido como la trata de inmigrantes.

Clave nueve. La Celac no surge como un organismo dirigido contra los Estados Unidos, y no podría hacerlo por la pluralidad de sus integrantes, pero la mera ausencia de Washington es un indicio de que, siempre que los latinoamericanos eviten el delirio y se abstengan de dar por extinguido el poder de los Estados Unidos, tienen un espacio de autonomía para construir instituciones como Unasur o el Consejo Sudamericano de Defensa.

Clave diez. Chávez no sólo estuvo hábil para utilizar la Celac como una forma de legitimación interna. No podría haber llegado a este punto sin haber desplegado en el Caribe, donde no todos los países son Cuba, Nicaragua o El Salvador, aun con todas las diferencias entre los tres, una diplomacia basada en el activismo que México dejó hace ya 20 años y en la provisión de petróleo más barato

Por Martín Granovsky

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-182644-2011-12-04.html


Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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