Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Será Bustos, che?

Diversas fuentes del Archivo Histórico Provincial permiten abonar la certeza sobre la autenticidad de los restos de nuestro primer gobernador constitucional.

Alejandro Moyano Aliaga.


El reciente traslado de los restos del general Juan Bautista Bustos a Córdoba es mucho más que un gesto romántico. En este regreso póstumo a su tierra natal, hay sin dudas una merecida reparación, un reconocimiento hacia una de las grandes personalidades de nuestra historia. Pero, sobre todo, se abre una oportunidad inmejorable para refrescar la memoria de su legado.

Largos años al frente del Archivo Histórico de la Provincia me regalaron incontables revelaciones sobre pormenores de nuestro pasado, conservados –no sin dificultades– en el viejo edificio de la calle 27 de Abril, en el centro de la ciudad de Córdoba, en tantos y tan valiosos documentos. En ellos están depositadas, de una forma u otra, muchas claves de lo que hoy somos los cordobeses.

Diversas fuentes de aquel archivo permiten abonar la certeza sobre la autenticidad de los restos de nuestro primer gobernador constitucional, hoy recuperados, y complementar así las conclusiones del informe elaborado por el prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense.

Las heridas. Uno de los testimonios nos lo proporciona Ramón J. Cárcano, en su reconstrucción de la conocida caída sufrida por el general Bustos en la batalla de La Tablada, con sus gravísimas secuelas. Amante de los relatos históricos, el joven Cárcano dio en escribir, allá por 1880, el texto “El general Bustos: episodio de 1830”.

Don José Andrés Vázquez de Novoa, su antiguo profesor del Monserrat, había inflamado su espíritu con anécdotas de aquel hombre que había sido “un ejemplo de heroísmo”, anécdotas que, por otra parte, debían estar todavía muy frescas en la memoria de aquella Córdoba en la que habitaban los Arredondo Bustos y otros parientes del general.

Como prueba de agradecimiento por dicha publicación, esos mismos descendientes obsequian a Cárcano la medalla con que el gobierno de Chile había premiado a Bustos por su acción contra Carrera, en 1822.

Cárcano describe de manera puntillosa la retirada de Bustos, montado sobre su cabalgadura, con tres heridas sangrantes y agotado luego de la desfavorable batalla. Mientras costea el río hacia el oeste por una zona de barrancas, cerca del paraje conocido como Molino de las Huérfanas, el general es sorprendido por una partida de soldados que bate la retirada del ejército derrotado.

Recuerda Cárcano: “El célebre caudillo, ofendida su altivez de militar siempre vencedor, pretendió defenderse, pero su brazo no pudo levantar el arma ofensiva y entonces, en ese terrible momento, estando cubierta la fuga en la llanura, por una desesperada inspiración de valor impotente dio vuelta a su caballo, le cubrió la cabeza con el poncho, clavole las espuelas en los ijares y el noble animal se lanza a la carrera y desaparece al borde de la barranca profunda.

“La débil resistencia que opuso la poca profundidad del agua fracturó horriblemente el caballo al chocar en el lecho del río y, sobre la cabeza de la montura, el general Bustos recibió un fuerte golpe en el pecho impulsado por la velocidad adquirida en la caída. Su espíritu valiente no desmayó por este nuevo suceso desgraciado y haciendo extraordinarios esfuerzos salió a la ribera, caminó trabajosamente para llegar a la quinta que hasta ahora lleva su nombre, hízose en ella la primera cura y huyó al Litoral”.

Celebrado por Enrique Martínez Paz como una evocación del episodio bélico de vuelo literario, el escrito de Cárcano no deja de ser por ello un documento histórico que confirma los daños corporales sufridos por el general Bustos, daños que, al cabo, han sido un aspecto determinante en la labor de identificación de sus restos.

Entre otras referencias concordantes, se cuenta con la de don Gaspar del Corro –hermano del doctor Miguel Calixto del Corro, signatario de nuestra Independencia¬– en carta dirigida al general Paz, en la que deja constancia de los dolores que Bustos debió padecer, producto de la caída del caballo “cuando fue herido en la acción”.

El coronel José Videla Castillo, por otra parte, escribe también al general Paz sobre las mismas dolencias de Bustos, de lo que se infiere que el gran estratega de La Tablada se hallaba completamente al tanto de los padecimientos de quien había sido por dos veces legítimo gobernador de Córdoba.

Es conocida también la carta en la que Estanislao López refiere a don Domingo de Oro que “el general Bustos está absolutamente impotente para todo”. Ya era del todo conocido que no podía montar a caballo ni sentarse en carruaje alguno y que sólo a duras penas había conseguido ser trasladado a su exilio en la ciudad de Santa Fe.

Pero allí tampoco lograría reponerse, a pesar de los cuidados de su esposa, María Juliana Maure, de su hija Secundina y de su yerno Claudio Antonio Arredondo. Tras un año de postración en la cama y en medio de dolores insoportables, fallece finalmente el 18 de septiembre de 1830, a “consecuencia de una afección al pecho producida por el golpe sufrido”.
Signos particulares. Exhumados los restos depositados en el presbiterio de la iglesia de Santo Domingo de la ciudad de Santa Fe, el informe antropológico describe, entre otros detalles corporales compatibles (sexo, edad, altura, etcétera), la clavícula y dos costillas del lado derecho quebradas y mal soldadas y el detalle más decisivo: las vértebras dorsales 8, 9 y 10 en las que “se observa un aplastamiento en los cuerpos vertebrales compatibles con deformaciones óseas producidas por fuerzas de compresión”. Estos no serían otros que los signos particularísimos de la tremenda caída sufrida por el general en las barrancas de La Tablada.

Pero no dejemos que estos huesos nos hablen sólo de la identidad del hombre a quien pertenecieron; sepamos escuchar también en ellos las resonancias lejanas de una personalidad que entregó su vida por ideales tan actuales como la lucha por la libertad en las guerras de la Independencia, el sueño de la nación federal, el sanmartiniano sentido de evitar que se usasen las armas de la patria en luchas fratricidas, el gobernar bajo el signo de la institucionalidad, la independencia de poderes y el respeto por los derechos y libertades individuales –tal como los garantizaba el Reglamento Provincial de 1821–, la promoción de la educación elemental y universitaria, la imprenta, el comercio, etcétera.

Los restos de los antiguos rivales Paz y Bustos descansan ahora juntos, con toda justicia histórica, en el templo mayor de nuestra ciudad.
Agradecimiento a la señora Silvia Bustos Cabanillas de Furlán por haber aportado valiosos datos.

* Ex director del Archivo Histórico de Córdoba, miembro de número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba, académico correspondiente por Córdoba en la Academia Nacional de la Historia.


Fuente: https://www.facebook.com/notes/gisela-angelini/cuando-los-huesos-hablan/323023061047706

Saludos rituales, Bocha. 

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