Por Pbro. Jorge Fabián Trucco
Un abrazo contenido durante mil años. Así de intenso, así de esperado, fue el que esta tarde se han dado el Papa Francisco y el patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, Kirill, en el aeropuerto de La Habana. "Me alegro mucho de que nos podamos haber encontrado", dijo Kirill tras el histórico momento, que ahora continúa como una reunión privada. "Somos hermanos, tenemos el mismo bautismo", señaló, visiblemente emocionado, Bergoglio.
"A pesar de las dificultades que siguen existiendo, tenemos la oportunidad de conversar corazón a corazón", subrayó el máximo líder de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Un saludo interrumpido desde la noche de los tiempos. Desde aquel año fatídico de 1054, en el que las dos almas del cristianismo se arrojaron anatemas a la cabeza y los dos hermanos llegaron a excomulgarse, a odiarse y a derramar sangre inocente en nombre de Dios, del mismo Dios.
Un milagro o un sueño cumplido, que va a significar un cambio de relato en el ámbito eclesial y civil: del enfrentamiento al entendimiento a través del diálogo. En el plano civil, con el encuentro entre el Papa y el Patriarca en La Habana (y la previa reanudación de las relaciones diplomáticas de Cuba y EEUU), termina formalmente la guerra fría. En el eclesiál, cae el muro de Moscú y se da el primer paso para la próxima visita del Papa a Rusia y del Patriarca Kiril, al Vaticano.
"Padre, que todos sean uno...para que el mundo crea" (Jn, 17, 21-22). Un abrazo lleno de lágrimas y de esperanzas por el reencuentro. Florece la primavera ecuménica.
Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.
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