Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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martes, 7 de mayo de 2013

Incluso... vos

Por José Luis Lázaro
Desde hace tiempo se habla de inclusión educativa como el mandato más aceptado que la sociedad le realiza a la escuela, precepto no pocas veces complejo a la hora de traducirlo en acciones.
Para la Organización de las 
Naciones Unidas para la Educación (Unesco), la inclusión educativa tiene como fin primordial acabar con todas las formas de discriminación y promover la cohesión 
social.
Las leyes de educación nacional y provincial refieren como responsabilidad de Estado a la acción de garantizar el ingreso, la permanencia y la promoción de los alumnos en condiciones de igualdad de oportunidades educacionales, tanto para las escuelas públicas como para las privadas. La educación como derecho se refuerza, aunque no se garantiza, con su carácter obligatorio.

En la historia. Es sabido que los marcos jurídicos y teóricos a veces no circulan por los mismos carriles por los que transita la realidad, por lo que ni el espíritu ni el fundamento de las leyes logran cristalizarse, siempre, en los escenarios de referencia.

Desde la antigua Grecia, las formas tradicionales de educación fundadas en la relación individual maestro-alumno no permitían el acceso a la enseñanza más que a una minoría cuyo móvil principal era el deseo de parecerse lo más posible al maestro.
A partir del momento en que se decide extender la instrucción a los pobres, esta sociabilidad entre iguales ya no es factible. Se establece necesariamente una distancia social. O, mejor dicho, es necesaria mantenerla con el fin de no abrir camino a un cuestionamiento peligroso de ese orden.
El maestro de los escolares pobres, en términos de Anne Querrien, “no tiene que amar a sus discípulos, tiene que dirigir una pequeña tropa cuyo reclutamiento se renueva constantemente con la entrada de los jóvenes en el trabajo, lo que implica el fin de la enseñanza”.
Entonces, desde esta lógica, los recorridos escolares conforme a los estratos sociales de procedencia de los alumnos entran en relación directa con las finalidades de su formación. Unos para la vida ciudadana, dentro del marco de la distribución y de la producción de conocimientos; otros para un trabajo pocas veces calificado.

Cambio de roles. En la Modernidad, la consolidación de los estados nacionales le imprime a la educación, como sesgo socializador, la formación de un aparato de vigilancia y de control. El rol de la escuela irá ocupando un lugar prioritario, al evitar el uso de la fuerza y favorecer la aceptación del orden.

Esta es la escuela de fines del siglo 19 y de casi todo el 20. Una escuela para los “educables” que, agotada, hoy pugna por subsistir presente en creencias y acciones de quienes son tributarios de la idea de que el acceso a la ciudadanía está dado por una homogeneidad social y cultural.
Esta es la escuela que hoy lee con fervor a Paulo Freire, a Pierre Bourdieu, a Michel Foucault, entre otros, pero se siente cómodamente impedida para reemplazar los mandatos de la Modernidad, y sigue reproduciendo, con otros discursos, la matriz de la escuela del siglo 19, pero con alumnos del 21.
Es la escuela que mira a un desigual, a un “incluso vos” 
cada vez más ajeno al acceso a los 
bienes culturales y sociales, en vez de interpretar la inclusión como un modo de combatir una discriminación cada vez más visible y más lacerante.
Hace pocos días, un reconocido pedagogo publicó un análisis en el que daba cuenta, entre otras cosas, de que “... la inclusión está siendo experimentada por muchísimos docentes de escuela secundaria como una invasión”.
Si bien es una creencia latente, impugna las posibilidades de integrar pedagógicamente a ese cada vez “más otro”, lo cual debilita una cultura de realización democrática y pluralista. Y la consecuencia de estas actitudes, muchas veces, son los campos de formación docente y los legados autoritarios.
Entonces se vuelve urgente la necesidad de definir un trabajo comprometido desde lo vincular y vivencial. Con certezas, dejando de hacer de la inclusión un mero objeto de estudio traducido en múltiples discursos.
Lo primero será, precisamente, incluir en la escuela y en los actores que la habitan la convicción misma de la inclusión como sentido de pertenencia. Tal vez así sea posible entender que la escuela es de todos y que ese “incluso vos” es un sujeto social, cargado de expectativas y de nuevas necesidades.
En síntesis, la escuela debe demostrar lo que la sociedad espera: que no ha dejado vacante la recreación y la proyección de un nuevo contrato pedagógico y social que garantice una convivencia posible.

Fuente: http://www.lavoz.com.ar/opinion/incluso-vos

Saludos rituales, Bocha... el sociólogo.

1 comentario:

Bocha... el sociólogo dijo...

COMENTARIO EN LA CUENTA DE FACEBOOK

José Luis Lázaro
Gracias Bocha abrazoooooooooo!"!

Lili Mansilla
Es la escuela que mira a un desigual, a un “incluso vos” cada vez más ajeno al acceso a los bienes culturales y sociales, en vez de interpretar la inclusión como un modo de combatir una discriminación cada vez más visible y más lacerante.
la inclusión está siendo experimentada por muchísimos docentes de escuela secundaria como una invasión”.ES TRISTE PERO REAL

mirando por el retrovisor

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