Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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sábado, 27 de abril de 2013

“La muerte del sociólogo Erving Goffman” por Pierre Bourdieu

Es bien conocido que Pierre Bourdieu practicaba una profunda admiración por el trabajo (micro)sociológico de Erving Goffman. Gran parte de las obras del sociólogo canadiense fueron traducidas al francés en la colección Le Sens commun(Éditions de Minuit), misma que dirigió Pierre Bourdieu.
Después de la muerte de Erving Goffman (1922-1982), el periódico francés Le monde (4 diciembre de 1982) publicó un breve texto firmado por Pierre Bourdieu (“Goffman, le découvreur de l’infiniment petit”) en el que expresa los aportes sociológicos de este explorador de lo cotidiano a quien nombra como “el descubridor de lo infinitamente pequeño”.
Agradecemos enormemente a Fernando Beltrán, sociólogo mexicano y entrañable compañero, quien nos comparte este valioso trabajo de traducción.

La muerte del sociólogo Erving Goffman. El descubridor de lo infinitamente pequeño 

El sociólogo canadiense Erving Goffman murió el 19 de noviembre en Filadelfia. Estaba en la edad de 60 años. Pierre Bourdieu, profesor del Collège de France, que había introducido su obra en Francia al publicarla en las Editions de Minuit, explica aquí abajo toda su importancia.
Erving GoffmanLa obra de Erving Goffman representa el producto más ideal de una de las maneras más originales y más raras de practicar la sociología: la que consiste en observar de cerca, y duraderamente, la realidad social, de colocarse la bata blanca del médico para penetrar en el asilo psiquiátrico y colocarse también en el lugar mismo de esa infinidad de interacciones infinitesimales cuya integración hace la vida social.
Goffman fue el que hizo descubrir a la sociología lo infinitamente pequeño: esto mismo que los teóricos sin objeto y los observadores sin conceptos no sabían dar cuenta y quedaba ignorada, por demasiado evidente, como todo lo que es evidente. Un sólo ejemplo, la descripción que propone del ciclo del cigarrillo tal se practica en ciertos cuartos de los asilos: “Un ‘protegido’ viene a colocarse frente a su patrón cuando éste prende un cigarrillo (…) y espera hasta que el cigarillo sea casi consumado para que pueda recibirlo. Él mismo juega a veces al patrón respecto de otro enfermo, pasándole la colilla que viene de recibir después de haberla fumado tan lejos como es posible. El tercer beneficiario debe entonces utilizar un alfiler o cualquier cosa para tomar la colilla sin quemarse. Echado a tierra, esta colilla puede servir todavía (…) demasiada pequeña para ser fumada, es todavía bastante grande para proveer tabaco.”
Estas curiosidades de entomólogo estaban bien hechas para desconcertar, hasta para afectar, un establishment habituado a observar el mundo social de muy lejos y de muy alto. El que los guardianes del dogmatismo positivista clasificaban en lalunatic fringe [grupo de extremistas o fanáticos] de la sociología, es decir entre las excentricidades que pretendían sustituir a los rigores de la ciencia por las facilidades de la meditación filosófica o de la descripción literaria, se volvió una de las referencias fundamentales para los sociólogos, pero también para los psicólogos, los psicosociólogos y los sociolingüistas (pienso en particular en su último libro, aparecido en 1981 en Filadelfia, Forms of talk).
Si este observador apasionado de lo real sabía observar bien, es también porque sabía lo que buscaba. Alumno de Everett C. Hughes, uno de los grandes maestros de la sociología estadounidense, estaba alimentado de todas las adquisiciones de la Escuela de Chicago —y especialmente de los aportes de Georges Herbert Mead, y de C. H. Cooley a los que no deja de referirse— y de todo lo que este alto lugar del profesionalismo científico había acumulado, y asimilado, se trate de la obra de los durkheimianos o de la sociología formal de G. Simmel. Armado de todo este bagaje, en el que es necesario, sin duda, agregar la teoría de los juegos, aborda objetos hasta allí excluidos del campo de visión científica. A partir de los signos más sutiles y más fugaces de las interacciones sociales, capta la lógica del trabajo de representación; es decir, el conjunto de las estrategias por las que los sujetos sociales se esfuerzan por construir su identidad, de construir su imagen social, en una palabra, de producirse: los sujetos sociales son también actores que se dan en espectáculo y que, por un esfuerzo más o menos sostenido de puesta en escena, aspiran a ponerse en valor, a producir ‘la mejor impresión’, en resumen, a hacerse ver y a hacerse valer.
Esta visión del mundo social, que pudo parecer pesimista, hasta cínica, era la de un hombre caluroso y amigable, modesto y atento, sin duda tanto más sensible a lo que la vida social tiene de teatral cuanto que era él mismo profundamente impaciente de todas las formas ordinarias del ceremonial académico y de la pompa intelectual.
Traducción a cargo de Fernando Beltrán
Por Pierre Bourdieu
Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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