Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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martes, 29 de marzo de 2011

Robert Castel: La voz de los desafiliados

El reconocido pensador estuvo en Mendoza, donde presentó un libro que reúne una serie de artículos que trata sobre las transformaciones socioeconómicas, la protección laboral y los derechos sociales de los trabajadores.

19-09-2010
Ariel Sevilla
Periodista de UNO
A simple vista, tiene todo el aspecto de un abuelo bueno y simpático, de cabello blanco y tupidas cejas que, no obstante, apenas dejan ver una mirada incisiva acorde con sus conceptos categóricos.
Robert Castel (77) no delata en forma alguna que es uno de los intelectuales franceses más destacados de la actualidad –a la altura de un Michel Foucault o Pierre Bourdieu– por haber resignificado las categorías y los análisis acerca de los movimientos sociales, con una visión que abarca las tres últimas décadas.

Filósofo de base, volcado a lo sociológico, este neomarxista introdujo el concepto “gestión de riesgos” para definir las políticas sociales y se especializa en temas como salario, desempleo, tolerancia y transformaciones sociales. Sus investigaciones apuntan a los cambios en el mundo laboral y los mecanismos de protección social.

Castel estuvo el jueves 9 de este mes en Mendoza, donde la Universidad de Congreso le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. Además, Guillermo Pérez Sosto (sociólogo y director de la Cátedra Unesco del Instituto Di Tella) y Jaime Correas (director periodístico de Diario UNO) presentaron el libro Robert Castel en la Cátedra Unesco: Las transformaciones del trabajo, de la producción social y de los riesgos en un período de incertidumbre.

Desde hace unos 30 años, el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero trajo consigo una serie de transformaciones en las condiciones de trabajo que aumentó los riesgos. La meta es tratar de entender qué hay detrás de estos cambios. Si bien no puedo analizar la realidad argentina porque no la conozco lo suficiente, es claro que Francia y este país son diferentes, existen problemáticas que, debido a la globalización, van más allá de las fronteras y los océanos. Esperamos que los conceptos de este libro puedan ser útiles para los estudios sociales en este país”, comentó el sociólogo un rato antes del acto en diálogo con Señales (traductora de por medio, pues no habla español).

–Castel, no es la primera vez que visita el país, ¿qué cambios socioeconómicos nota en los últimos años?
–He venido seis o siete veces. Particularmente, estuve en 2002, después de la crisis, cuando la situación era verdaderamente triste y había mucha infelicidad. Tengo la impresión de que después la situación ha mejorado mucho. Pero es difícil hacer un análisis en profundidad, ya que estamos muy lejos. Así y todo, me parece que hay un número de medidas positivas que se tomaron, como la asignación universal por hijo.

–Desde el inicio de su carrera, ¿qué transformaciones ha advertido en el mundo del trabajo?
–Estoy obligado a hablar de Francia y de Europa. Pero creo que ha habido una cierta degradación de las condiciones del trabajador. En los años ‘70, entramos en un nuevo régimen del capitalismo, más violento, que impulsó una competencia exacerbada entre los diferentes países. Con la globalización y la hegemonía del poder financiero internacional, uno de los efectos de esa transformación fue reducir los derechos relacionados con el trabajo, precarizando el trabajo y generando formas parecidas a lo que los argentinos llaman “trabajo informal”. Esto para Europa es relativamente nuevo, porque había habido una dominación del empleo estable, con protección y derechos a la jubilación y la salud, que no desapareció, pero se redujo.

–¿Quiénes son los “malos” y quiénes los “buenos” en esta película?
–Designar personas es simplificar las cosas. Sin embargo, creo que podemos analizar dinámicas. Y la dinámica que impulsa el capitalismo financiero internacional, la búsqueda del provecho por el provecho, la especulación financiera, todo impacta en las condiciones del trabajador, que pierde sus derechos y condiciones. Porque ese capitalismo piensa que esos derechos de protección del trabajo son un obstáculo para el libre desarrollo del mercado y hay que limitarlos y, si tuviera el poder, suprimirlos.

–¿Cuáles son los síntomas de la “incertidumbre” que menciona en el título de su libro?
–El acrecentamiento de las incertidumbres es el signo de las grandes transformaciones que se están llevando a cabo. Porque en Europa Occidental, hasta los años ‘70, parecía que estábamos comprometidos en una dinámica de progreso económico y social continuo; casi todo el mundo pensaba que el mañana iba a ser mejor e incluso muchos pensaban que iba a haber un mañana en que íbamos a cantar después de la revolución. Hoy, las encuestas de opinión en Francia muestran que hay una mayoría que tiene temor del futuro. Esa dinámica del progreso se rompió.

–¿Qué hay tras esta incertidumbre?
–Si el presente es incierto, no podemos decir de qué va a estar hecho el mañana. Sólo si nos tomáramos por profetas. Pero hay tensiones en la sociedad que son contradictorias, acorde con la dinámica del capital internacional. Pero también hay fuerzas, valores como solidaridad y cohesión social, que pueden luchar contra eso.

–¿Qué hace el individuo en la incertidumbre?
–Aunque no sepamos de qué va a estar hecho el mañana, podemos decir que el futuro dependerá al menos de un parte de lo que haremos o no hoy. En particular, creo que es responsabilidad del poder político impedir que las situaciones se degraden aún más, tratar de unir los vínculos entre la gente, defender los derechos de protección y rentabilidad inmediata.

–¿Cómo han impactado en la psiquis de las personas esas transformaciones socioeconómicas?
–Habría que preguntarle a un psicólogo. Pero, en general, es muy difícil vivir si estamos en la precariedad total. Si se vive el día a día sin saber si se podrá comer, es difícil ser feliz.

–¿Qué es “la gestión de los riesgos”?
–Es distinguir los riesgos, ya que no todos son iguales, para poder elegir los medios para, por ejemplo, combatir la delincuencia o el desempleo, que no son los mismos.

–¿Qué cree que ven hoy las empresas cuando ven a un empleado?
–Habría que preguntarles a las empresas, no todas funcionan igual. Pero creo que hay, en general, una intención de buscar la rentabilidad inmediata, ejerciendo fuertes presiones sobre los trabajadores, con todas sus consecuencias sobre las personas, como el estrés y hasta la depresión y el suicidio por sentirse presas.

–¿Qué rol cumple el Estado en la protección de los derechos sociales?
–Fundamental. Porque la protección social fuerte en derechos como la salud o la jubilación debe estar garantizada por el Estado. Es el Estado el que los legitima y obliga a que se cumplan esos derechos. De lo contrario, está en riesgo, quedan a la arbitrariedad, la buena o mala voluntad de los empresarios.

–¿Son las organizaciones de la sociedad civil una alternativa para defender los derechos sociales?
–En una sociedad moderna e industrializada, no creo que sean suficientes. No digo que sean inútiles. Podríamos hablar de ser útiles para la protección de instituciones aproximadas, como la familia y los vecinos. Es por eso que en la sociedad moderna se desarrolló el Estado social para proteger.

–¿Qué es estar protegido?
–Es en las sociedades modernas, como Argentina y Francia, disponer de un mínimo de derechos fundamentales que dan, justamente, derecho a recursos básicos para vivir con un mínimo de independencia.

–¿Y qué es la “desafiliación social”?
–Por ejemplo, alguien que puede estar integrado, pero que pierde su trabajo y termina siendo un desempleado de largo tiempo, por lo que su vida se degrada porque no sólo carece de recursos financieros, sino que corre peligro de perder su identidad.

–¿Se anima a caracterizar al trabajador del futuro?
–No soy profeta. Pero, efectivamente, hay y habrá cada vez más una exigencia de adaptarse a los cambios, de reciclarse para ser capaz de mantener el trabajo.

–¿Cómo se logra la igualdad social?
–No es una cuestión de igualdad. Las sociedades modernas están estratificadas y una igualdad absoluta de condiciones es imposible. Es por eso que hay que razonar en términos de protección. No para justificar las desigualdades escandalosas que existen, sino para que los empleados tengan los derechos de protección para conducir su vida con un mínimo de independencia económica y social.


Saludos rituales, Bocha.

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