Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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sábado, 25 de diciembre de 2010

LA RISA DE JESÚS

EL SENTIDO DEL HUMOR DE DIOS: LA RISA DE JESÚS Y DE LOS SANTOS.


Dios tiene un infinito sentido del humor –maneja la paradoja y la ironía- para hacernos interpretar sus sorpresivos caminos. El humor de Dios es iluminador, redentor y saludable. Hay un salmo que dice: “el Señor se ríe del malvado porque  ve que le llega su hora” (Sal 37,13). Hay también una frase del libro de los  Proverbios (17,22) que afirma: "un corazón alegre es la mejor medicina;  un espíritu abatido termina por secar los huesos”.  El humor es la “medicina” de Dios. En la resurrección de Jesús definitivamente Dios se “sonríe” ante la supuesta pretensión absoluta de la muerte por devorarlo todo.

            A menudo tenemos la tentación de hacer un Jesús sin humanidad y sin sentido del humor. Que en los Evangelios no aparezca Jesús riendo, no significa que no lo haya hecho. Por lo general, tenemos una imagen tan poco humana de Jesús que nos cuesta imaginarlo con una sonrisa, mucho menos riéndose o diciendo algún chiste. No vemos el humor que hay escondido en los Evangelios. Hay muchos ejemplos, sólo hay que buscarlos. Jesús no era frívolo, ni superficial pero -a veces-  decía cosas bastante ocurrentes, con mucho sentido del humor y con una sagaz ironía.

            Pensemos -por ejemplo- en la famosa frase de "pasar un camello por el ojo de una aguja" (Mt 19,24). Jesús utiliza una figura bien cómica en esta frase; o "guías ciegos, que cuelan el mosquito y tragan el camello" (Mt 23,24-25). ¡Imagínese la epiglotis que necesitamos en la laringe para que pase un camello por la garganta! Otra figura simpática: "echar perlas a los cerdos" (Mt 7,6). ¿Se imaginan canchitos barrosos vestidos con deslumbrantes perlas? O aquella imagen que emplea afirmando que los fariseos son "lobos vestidos de oveja" (Mt 7,15). ¡Hay que imaginarse el disfraz de un lobo enmascarado con una inocente ovejita!  Una hay fina ironía de Jesús cuando dice: "si tu ojo derecho te es ocasión de caída, sácalo.  Si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtala” (Mt 5,29). ¡Si tomáramos literalmente esta frase, los basureros estarían llenos de órganos extirpados y el mundo, lleno de tuertos y mancos!

            Hay una alusión fisiológica que utiliza Jesús que sorprende por su franqueza y su naturalidad: "Todo lo de fuera que entra en el hombre, no lo puede contaminar, porque no entra en el corazón sino en el vientre y sale" (Mc 7,14-15,18-19). Nosotros decimos lo mismo pero con otras palabras.

En otra parte, Jesús afirma: "si un dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, estaría pendiente para no dejarlo forzar la entrada"(Lc 12, 39). Ciertamente ningún ladrón avisa a los dueños de la casa que va a hacerles una “visita” y que le dejen la puerta sin llave.

Las palabras de Jesús, "no anden con cara triste, como los hipócritas que desfiguran su rostro para que todos noten que están ayunando" es un directa  alusión a los escribas y fariseos. A los letrados de su tiempo les hace burla, recitándoles los versos que decían los niños en las plazas: "hemos tocado el arpa y no han cantado, la cítara y no han bailado”. Jesús les reprocha que sean unos inmaduros e inconformistas. A uno de sus principales discípulos –a Simón-  lo llama “Piedra” que luego utilizamos como Pedro, tal vez aludiendo –con cierto humor- a lo “cabeza dura” y a la terquedad de su amigo. 

.           Es simpático el comentario de Jesús sobre Juan el Bautista (Cf. Lc 7,24-26), que podríamos parafrasear: "¿Qué esperaban encontrar ustedes en pleno desierto, un predicador con saco y corbata?". No falta un cierta  acidez en el comentario sobre la mujer "que había sufrido mucho por los médicos, gastando todo lo que tenía, sin haber aprovechado nada, estando incluso peor"(Mc 5,26). Cuando dialoga con Nicodemo –un respetable y anciano rabino- Jesús utiliza la paradoja desconcertándolo ante la propuesta de "nacer de nuevo". La figura de Zaqueo también tiene claros ribetes cómicos (Cf. Lc 19,1-10). Cobrador de impuestos, funcionario del imperio romano, rico y socialmente importante, con cierto prestigio. Como era petiso, tuvo que treparse a un árbol para ver a Jesús. El pobre Zaqueo perdió toda la compostura de su oficio y -como un fanático más que quiere ver a su ídolo popular-  se trepó –como un chico- al primer árbol que encontró en el camino por donde iba a pasar Jesús. Seguramente, ver a un funcionario público, colgado y trepado en la copa de un árbol, era –tanto ayer como hoy- una situación muy cómica.

            Incluso hasta en los milagros se manifiesta el sentido del humor. El Evangelio de Marcos dice que Jesús estaba solo, en tierra y viendo cómo se cansaban sus discípulos remando en contra del viento y fue hacia ellos, caminando sobre el agua como si quisiera pasar de largo. No le parece suficiente andar sobre el agua sino que también hace ademán de pasar de largo. Como si tal cosa. ¡Vaya susto el de los discípulos!, ¡Cómo se habrán reído después -todos juntos- una vez que Jesús subió a la barca y se calmó el viento!

         En otra ocasión, en el milagro de la multiplicación de los panes, Jesús les dice previamente a los Apóstoles que ellos mismos den de comer al gentio. Debieron quedarse con la boca abierta. ¡Dar de comer a cinco mil hombres sin contar a las mujeres y los niños! Tal vez Jesús sonreía al ver la cara de asombro de los suyos.

            Alusiones de estas picardías del Señor hay muchas: ¿las Bienaventuranzas no son acaso felicidades irreverentes, transgresoras y  paradójicas?; ¿no tiene su ironía que el primer milagro se hiciera en una fiesta para tener más vino y no fuera –en cambio- solemnemente realizado, por ejemplo, en el Templo de Jerusalén en un oficio religioso (Cf. Jn 2,1-12)?;  ¿acaso Jesús no era más humano y alegre que su primo Juan Bautista, su austero pariente? El Señor comía y bebía, y algunos lo criticaban diciendo que era “un comilón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores” (Mt 11,18-19).  ¿No advertimos el humor que hay en la parábola del fariseo que ridículamente se alaba a sí mismo al lado del publicano despreciado? (Cf. Lc 18,9-14); ¿y cuando los hijos de Zebedeo, aprovechándose de su madre, pretenden los primeros puestos en el Reino y los demás reaccionan como niños indignados porqué seguramente querían lo mismo (Cf. Mt 20,20-28)?; ¿y cuando Jesús  invita a arrojar la primera piedra a la adúltera a quien esté sin pecado, no es acaso una burla a los acusadores que se creían irreprochables? (Cf. Jn 8,1-11)?...

El Evangelio es una “buena” noticia, una noticia “alegre”, gozosa, exultante. Jesús –después de su Resurrección- tampoco perdió su agudo sentido del humor irónico. Como quien no está enterado de nada, en el camino a Emaús, con cara de inocente, les pregunta a los discípulos qué pasó en esos días. Ellos cándidamente le contestan (Cf. Lc 24,19) y ni se dan cuenta que es Jesús. Afirman que algunos discípulos fueron al sepulcro, "pero a él no lo vieron" (24,24), ¡cuando ellos mismos lo estaban viendo con sus propios ojos en ese momento! Quizás –aquí también- Jesús, sonreía por dentro.

¿Vos te lo imaginás a Jesús sonriente, alegre, irónico, disfrutando de la vida, gozoso, con sentido del humor y disfrutando de la fiesta?; ¿qué cosas de tu persona y de tu vida creés que le arrancan a Jesús una pícara sonrisa?; ¿acaso no es bueno pensar que –de vez en cuando- Dios y la vida nos sonríen un poco?

            A veces imaginamos los santos como seres celestiales, inalcanzables, impolutos, que están más allá de todo alcance, sin defectos humanos. Sin embargo, la santidad no es perfección, ni sometimiento al sufrimiento.

            San Francisco de Sales, testigo de la alegría y la afabilidad, decía “un santo triste es un triste santo”. Don Bosco era muy bromista. Santa Teresa de Ávila resultó una especialista en poner cariñosos apodos. San Felipe Neri lo llamaban “el bufón de Dios” por su costumbre de divertir con sus ocurrencias a los cardenales de Roma. San Bernardino de Siena nunca cesaba de reír y bromear. Santo Tomás Moro no admitía a nadie a compartir una comida con él si no sabía contar chistes.  Este último santo tiene una historia particular. Un sentido del humor inglés no exento de dificultades. 

            Tomás Moro (1478-1535) era abogado. Una de las figuras más brillantes del Renacimiento.  Su enorme cultura le valió el cargo de canciller del rey Enrique VIII, cuando éste rompió con la Iglesia Católica proclamándose Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra, se deshizo de él. Lo acusó injustamente a través de calumnias y fue arrestado y encarcelado, cuando el rey mandó a que lo decapitaran, al pie del cadalso, agotado por los tres meses de prisión, cuando tuvo que subir los escalones para que le cortaran la cabeza,  Tomás Moro, no pudo con su genio y su último acto público fue un acto de humor, le dijo a su verdugo: “le ruego, señor teniente, ayúdeme a subir; en cuanto a bajar, deje que ruede por mí mismo”.

            Fue canonizado en 1935 y en el año 2000, Juan Pablo II lo proclamó patrono de los políticos ya que se empeñó por el bien común sin importarle sus intereses personales siendo coherente hasta el fin. Su humor fue parte de la virtud de la fortaleza, llena de caridad.

            Esta es la conocida oración de Santo Tomás Moro pidiendo, entre otras, cosas el don del sentido del humor.

«Señor, dame una buena digestión y -naturalmente-  algo para  digerir.
Dame la salud del cuerpo y el buen humor necesario para mantenerla.
Dame un alma sana  que tenga siempre ante los ojos lo que es bueno y puro,
de manera que frente al pecado no me escandalice
sino que sepa encontrar la forma de ponerle remedio.

Dame un corazón que no conozca el aburrimiento, las quejas, los suspiros y los lamentos.
No permitas que me tome demasiado en serio,
ni que me invada mi propio ego.

Dame el sentido del humor,
dame el don de saber reírme,
a fin de que sepa traer un poco de alegría a la vida
 haciendo partícipe a los otros.
Amén».

Santo Tomás Moro.

Saludos rituales, Bocha.

3 comentarios:

Maria Del Carmen Piccoli (en el face) dijo...

muy bueno Oscar...Feliz Navidad!

Maria Cecilia Piccoli (en el face) dijo...

ESPECTACULAR OSCAR!! ES MUY BUENO REFORZAR ESTA IMAGEN DE JESUS. NOS AYUDA A SENTIRNOS MÁS CERCA DE EL.GRACIAS. FELIZ NAVIDAD!

Bocha... el sociólogo dijo...

Hola Carmen y Ceci, creo que el humor está muy ligado al mandamiento nuevo que nos dejó: el amor.

Feliz Navidad para ustedes también.

Gracias por pasar

mirando por el retrovisor

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