Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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sábado, 27 de noviembre de 2010

NECESITAMOS UN PEPE


por Dolores Aleixandre

Espero que nadie lea el título de esta columna acentuando la “e” final de Pepe porque caería en un grave error. El PEPE al que me refiero es Pepe Mugica, presidente de Uruguay desde hace pocos meses y que, a sus 74 años, ha pasado de militante de los Tupamaros a presidente del “paisito”. Ha vivido quince años de su vida en prisión y dos en el fondo de un pozo, completamente incomunicado y sin ver la luz del sol, alimentando con miguitas de pan a siete pequeñas ranas y suspirando por encontrar como papel higiénico pedazos de diarios viejos para saber qué pasaba fuera. A  pesar de eso dice:

“Puede parecer una monstruosidad, pero doy gracias a la vida por todo lo que viví; si yo no hubiese pasado por esos años y aprendido el oficio de galopar hacia dentro de mí mismo, habría perdido lo mejor de mí” 

No se ha mudado al palacio presidencial y sigue viviendo en la chacra donde se ganaba la vida cultivando flores. Y desde ahí ha escrito recientemente esta joya:

"Ustedes saben mejor que nadie que en el conocimiento y la cultura no sólo hay esfuerzo sino también placer: llega un punto donde estudiar, o investigar, o aprender, ya no es un esfuerzo y es puro disfrute. ¡Qué bueno sería que estos manjares estuvieran a disposición de mucha gente! Qué bueno sería si en la canasta de la calidad de la vida que el Uruguay puede ofrecer a su gente hubiera una buena cantidad de consumos intelectuales. No porque sea elegante sino porque es placentero. Porque se disfruta, con la misma intensidad con la que se puede disfrutar un plato de tallarines. ¡No hay una lista obligatoria de las cosas que nos hacen felices! Algunos pueden pensar que el mundo ideal es un lugar repleto de shopping centers. En ese mundo la gente es feliz porque todos pueden salir llenos de bolsas de ropa y de cajas de electrodomésticos. No tengo nada contra esa visión, sólo digo que no es la única posible. Digo que también podemos pensar en un país donde la gente elige arreglar las cosas en lugar de tirarlas, elige un auto chico en lugar de un auto grande, elige abrigarse en lugar de subir la calefacción. Así que amigos, vayan y contagien el placer por el conocimiento. Y amigos, el puente entre este hoy y ese mañana que queremos tiene un nombre y se llama educación y las inversiones en educación son de rendimiento lento, no le lucen a ningún gobierno, movilizan resistencias y obligan a postergar otras demandas. Pero hay que hacerlo. Se lo debemos a nuestros hijos y nietos. El milagro tecnológico de Internet abre oportunidades nunca vistas de acceso al conocimiento. A mí con Internet se me agotó la capacidad de sorpresa. Me siento como aquellos humanos que vieron una rueda o el fuego por primera vez. Se están abriendo las puertas de todas las bibliotecas y de todos los museos; van a estar a disposición todas las revistas científicas y todos los libros del mundo. Y probablemente todas las películas y todas las músicas del mundo. Es abrumador. Por eso necesitamos que todos los uruguayos y sobre todo los uruguayitos sepan subirse a esa corriente y navegar en ella como pez en el agua. Nos obliga a ir más lejos y más hondo en la educación. No hay tarea más grande delante de nosotros".

De pronto me he puesto a pensar en cómo reaccionaríamos si recibiéramos una carta así de algún obispo y casi ni soy capaz de imaginármelo. Una carta que nos invitara a galopar hacia dentro de nosotros mismos y a vivir el Evangelio no como una obligación, sino como algo que puede llegar a ser placentero. Una carta en la que, en vez de hablar de todo aquello a lo que tenemos que oponernos, nos animara a ir más lejos y más hondo para descubrir alternativas de felicidad y a vivir más sobriamente para poder compartir. Una carta que despertara nuestra inquietud por el modelo de Iglesia que vamos a dejar a nuestros hijos y nietos.

Una carta que nos impulsara a zambullirnos como peces en las corrientes del Espíritu y que terminara con algo parecido a esto: “Así que, amigos, vayan y contagien la alegría de ser cristianos”. A lo mejor alguien va a escribirnos una carta así pero es todavía monaguillo en una parroquia. O es una niña y nos dan la sorpresa.

Mientras, nosotros tranquilos, recordando el consejo de aquel graffiti de Managua: “Dejen el desánimo para tiempos mejores”.

Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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mirando por el retrovisor

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