Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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martes, 26 de octubre de 2010

Aikido: LA ARMONÍA DEL AMOR

Conferencia pronunciada por O Sensei Morehei Ueshiba
                     
El Aikido no es más que la manifestación de las implicaciones del amor. El amor da forma al Universo y purifica todo lo existente. El univer­so siembra las semillas de las que se deriva todo lo existente y contiene la fuerza infinita que alimenta y permite la germinación y el crecimiento. He dado el nombre de Aiki a las numerosas leyes del Universo, productos del amor que teje este maravilloso tapiz que es la vida sobre la Tierra. La fina­lidad del Aikido es cumplir una misión de compasión, de protección de todas las formas de vida y de velar por su desarrollo.

¿Cuál es la fuente de materialización de la vida en el universo? El Espíri­tu Infinito y el amor son las fuentes de la vida. El Aikido es también una fuente, un camino que lleva a la armonía del hombre con el Universo. Sólo si observásemos el principio de unidad con el kami y la humanidad se reconciliase con la naturaleza, podríamos participar en esta búsqueda infinita de la perfección y de ese modo pondríamos fin al mal, al sufri­miento: ésta es la misión vital que nos confía el Universo.

Las formas cósmicas se revelan en el cuerpo humano. Debemos apren­der a descubrir el Universo que hay dentro de nosotros y despertar a los principios de equilibrio y amor, principios sagrados que nos ha dado el Universo. El Universo se manifiesta a través de un mosaico infinito de for­mas: cada una de ellas refleja su plenitud, cada una está en equilibrio per­fecto con todas las demás. Así como el universo expresa el Amor de mu­chas maneras, nosotros debemos expresar el equilibrio y la armonía dinámica del Universo a través de nuestras numerosas relaciones. A través de este proceso el Universo podrá penetrar el cuerpo y el espíritu de los hombres y así nutrirlos con verdadera fuerza.

Todo lo existente proviene de la misma fuente. Todas las cosas que pueblan la Tierra son la expresión de este amor universal. El corazón del Universo late en armonía con la Creación y se inclina en reverencia ante su grandeza. Cada uno de nosotros debiera esforzarse por comprender di­cho ritmo y experimentar su corazón como fuente de la armonía de su equilibrio perfecto. El propósito del Aikido se ajusta al sendero del amor universal. Su enseñanza es la del kami. Sus principios son las leyes de la armonía y el balance que gobiernan la vida sobre la Tierra. Su función es unirse al corazón del Universo y dar amor.

KANNAGARA NO MICHI
El desarrollo y el refinamiento de la tradición constituye un proceso cultural forjado por el espíritu de un pueblo. El arte, la música, la lengua y particularmente la relación con Dios se construyen a partir de las expe­riencias y necesidades particulares, de la conciencia básica. A su vez, la tradición y la teología forjan, de ge­neración en generación, el espíritu de una nación.

Dado que una multiplicidad de etnias puebla el mundo, el concepto de Dios se ha formulado bajo diversos nombres. Por otra parte, la religión es un factor determinante en el proceso de formación de actitudes y estilos de vida de cada cultura, la perspectiva de la religión tiene el poder de controlar los principios morales de una sociedad e influenciar la percepción del individuo, ya sea de si mismo, el mundo o el universo. Todos los pueblos del mundo, a su manera, mani­fiestan el deseo de libertad, felicidad y paz. Los cristianos ruegan por un mundo cristiano, los musulmanes por la paz de Mahoma, los hindúes ven en el hinduismo el advenimiento de la verdad. Todas sus concepciones de la paz se nutren en contextos diferentes. Dios tiene muchas caras.

Mi intención no es presentar la Vía del Kannagara desaprobando otras ideas religiosas. El Aikido es verdad, y la verdad no conoce fron­teras religiosas o culturales. Sin em­bargo, el hombre que trazó esta particular Vía para explorar la verdad era de origen japonés y estaba im­pregnado de las tradiciones del shintoismo. El sable era su arte, el Budo su Vía. Su revelación interior se ex­presa a través de los principios de la verdad universal. Indagar en las tra­diciones y los comportamientos que influyeron en su vida, así como en el entorno espiritual en el que creció, nos permitirá comprender mas pro­fundamente su arte.

Al evocar la cultura japonesa, los occidentales suelen mencionar la in­fluencia del Zen, una de las formas del pensamiento budista. En efecto, el Zen contribuyó destacadamente al desarrollo de las actividades cultura­les más variadas como el Budo, la ceremonia del té, el arreglo floral, la jardinería o la caligrafía. De hecho, cuatro filosofías religiosas confluyen en el origen de la expansión de la cultura japonesa: el shintoismo, el confucianismo, el budismo y el taoísmo. Sin embarco, se descuida a menudo un detalle relevante la capaci­dad de adaptación del pueblo japo­nés, que cultivada durante siglos y nutrida por la Vía intrínseca del Kannagara, asimila y hace suyas sus filo­sofías y las ideas de otras culturas.

En virtud de dicha facultad de adaptación, existe una amplia tolerancia religiosa en Japón. Son mu­chos los que escalan el Monte Fuji cada año, pero no todos emprenden el mismo sendero El Fujiyama posee una gran diversidad de senderos y todo caminante obedece a razones diferentes. Poco importa la vía escogida, todos los senderos llevan a la cima, a la misma realidad final. Quién podría negar que Jesús predi­caba acerca del espíritu de Dios, que Buda recibía la palabra divina o que Mahoma dirigía sus fervientes plega­rias a Dios. Todos los grandes maes­tros espirituales señalaron el camino, a seguir para llegar a la cumbre, a la realidad última de la Conciencia Universal. La importancia no radica en el sendero sino en seguir y emu­lar a un gran espíritu, a un gran maestro y en la sinceridad y la devo­ción depositadas.

Las filosofías espirituales no se estudian desde una perspectiva intelectual sino que se integran a un modo de vida y se aplican en la vida coti­diana. En Japón uno puede nacer shinto, casarse en una iglesia cristiana y pasar por un templo budista al momento de la muerte. Naturalmen­te, aunque esta afirmación es muy genérica expresa dicha actitud ante las creencias espirituales. Puesto que la salud y la vitalidad no dependen sólo de la digestión y absorción de un único tipo de alimentación, una persona puede practicar diferentes disciplinas espirituales a lo largo de su vida. Sin embargo, uno siempre regresa a la visión del Kannagara -fundamentó vital de la cultura- que es la sangre que corre por las venas de la tradición japonesa.

El Kannagara es una vía de intui­ción que no comporta ni leyes ni doctrinas del bien o el mal. Se rige, en cambio, por las leyes que gobier­nan los fenómenos naturales. Es un camino de libertad suprema pues, para que una acción esté en armonía con la naturaleza debe ser el resulta­do de la obediencia espontánea a la ley del kamí, Creador y Origen del universo. Las montañas llenen el nombre Dios. El viento tienen el nom­bre de Dios. Los ríos tienen el nom­bre de Dios. Árboles, hierbas, anima­les, toda la creación natural es manifestación de su Consciencia y Amor infinitos.

La noción de un kami a la vez múltiple y único puede parecer para­dójico y las mentes científicas difícilmente admitirán que gobierne la Na­turaleza. Pero si reemplazamos al kami por las leyes físicas, las leyes que gobiernan los fenómenos natura­les, puede observarse con claridad que el universo es una amalgama de fenómenos interdependientes. El kami y las leyes físicas no pueden existir separadamente. En una oca­sión Einstein habló de la existencia de una Voluntad Suprema en el uni­verso, no cognoscible para la ciencia, que gobernaba las leyes de la física. Se refería, de hecho, a una Consciencia Universal. Con una tendencia cre­ciente, la ciencia moderna verifica los fundamentos de la sabiduría intuitiva de las filosofías orientales. Toda la materia existente en el universo po­see la misma composición, la misma energía que el cuerpo humano o que una montaña y la masa es la expre­sión física de esta energía formada por la fusión de átomos y moléculas. Las leyes del universo han estado ri­giendo desde el comienzo de los tiempos, miles de millones de años antes de que aparecieran los prime­ros signos de la humanidad. En este sentido, hemos de comprender que la ciencia sólo analiza y utiliza tales leyes universales. Desde tiempos muy remotos, la humanidad ha perci­bido un poder misterioso que contro­la estas leyes y denomina "Dios" a este poder. O Sensei lo llamó "fun­ción milagrosa del Ki". En su ense­ñanza, el Aikido era la Vía de la ar­monía con las leyes de la naturaleza. El Aikido comprende el amor y la protección de todo lo existente. Estas enseñanzas se desarrollaron natural­mente a partir de la idea de una energía original creadora común a to­das las cosas.

Cuando llega el calor del verano, la rosa desvela lentamente los secre­tos de su belleza pero en invierno, cuando se erige sólo como un mato­rral desnudo, ¿dónde esconde todas sus flores? ¿De dónde vienen su for­ma, su color, su perfume tan dulce? Al observar una rosa O Sensei encontra­ba una única respuesta a sus pregun­tas: el amor de Dios es el creador de esta flor, esta misma energía es la que fluye y alimenta a todo el universo.

Hablamos de amor en términos abstractos, pero el amor no es una idea abstracta. Si aunque sólo por un segundo no hubiera amor, no habría vida, ni aire, ni agua, ni alimentos. El amor es realidad. Vivimos en este planeta en virtud del amor del Dios. No se trata de un amor abstracto o sentimental sino de un amor estricto y vital como la misma creación. Dios no es una expresión de la lógica o la filosofía, Dios es amor.

La armonía y la unidad son la esencia del amor. El amor universal no es un amor egoísta. Está libre de prejuicios y acoge en su seno a todo lo creado. El amor no tiene expectati­vas. Penetra y llena su objeto y los opuestos dinámicos devienen una unidad y crecen juntos. Los nervios de Dios llenan el vacío. Su consciencia sensorial reverbera en el mundo oculto donde toda acción o fenóme­no tiene su origen. El mundo invisi­ble de la vibración, el vacío entre las estrellas y el vacío dentro de la órbita de los electrones, está cargado con su pulso. Éste es el mundo espiritual, cuya energía crea la materia visible a través del movimiento de su soplo.

La armonía de las partículas ele­mentales se basa en el concepto del amor. Las leyes electromagnéticas han estructurado el Universo y su ac­tividad ha desencadenado en el cora­zón de la materia el ritmo perfecto de la vibración cósmica. Esta onda de los polos, del yin y el yang, del electrón y el protón, de las fuerzas centrífugas y centrípetas, no son más que dos facetas de la misma realidad. En el interior de este ritmo infinito, la creatividad surge y los opuestos se unen. El Creador y la Creación for­man una unidad, no están separados, y nosotros estamos inmersos en el ritmo perfecto que es la expresión de la Sabiduría Divina.

La unidad es el poder de Dios que resuelve todos los conflictos. El proceso de unificación de los contrarios es el musubi. La fusión del yang, fuerza centrípeta, y del yin, fuerza centrífuga, crea el equilibrio perfecto de las galaxias. El musubi es también movimiento, ya que sin movimiento la unión sería imposible. Su símbolo es la espiral que recicla perpetua­mente su energía, un proceso que carece de comienzo y fin. Es conti­nuidad y cambio, una forma de dua­lidad en busca de la unidad que a su vez busca su extremo.

El pensamiento racional nos hace percibir los extremos, los contrarios como elementos en conflicto. Esto no es más que una ilusión. En efecto, la oposición entre felicidad y sufrimien­to, entre amor y odio, entre moralidad e inmoralidad, no tiene más que un valor subjetivo y relativo. Quien no conoce el dolor no puede conocer la alegría. En la creación de la belleza, reconocemos la ausencia de lo bello. En el placer subyace el dolor. No po­demos conocerlos separadamente. La alegría no existe sino con relación a la tristeza y no hay placer sin dolor. La unidad existe en cada cosa y sería ab­surdo establecer un juicio moral. Los contrarios aparecen como la expre­sión dinámica del cambio.

Toda la vida, toda la actividad universal, es un proceso de muta­ción, o musubi, y la única constante es el cambio. Nada permanece inalte­rado por un día, una hora e incluso un segundo. La noche se transforma en día la nieve del invierno prepara el florecimiento de la primavera. Na­cemos para morir. Nacimiento y muerte, envejecimiento y renacimien­to, el ciclo de la vida. Todo es cam­bio. Cambio es vida y la capacidad de cambiar es un elemento esencial del crecimiento. La libertad fundada sobre la comprensión y la aceptación de esta verdad —que nada permanece inalterado- es la fuente del poder de la creatividad verdadera.

Hablar de la armonía, la unidad y los principios del musubi en sencillo, pero aplicar tales principios a los conflictos de la vida cotidiana supo­ne una comprensión más profunda y una gran dosis de confianza. Siguien­do criterios lógicos, podríamos iden­tificar la verdad en el proceso del musubi, pero las ideas bellas y las frases elocuentes caen en el olvido ante la presión de la realidad. En tér­minos filosóficos, la verdad se expre­sa en palabras, pero la verdad del Ai­kido subyace en la acción, la teoría aplicada a la práctica. Por medio de la aplicación física del musubi desa­rrollamos una comprensión del cora­zón antes que de la mente. A través del Keiko y la experiencia, es decir, el entrenamiento, aprendemos a me­dir su poder. Keiko significa también reflexión y refinamiento, regreso a las fuentes, búsqueda de la realidad. Sólo un estudio crítico del pasado puede esclarecer el presente y afinar el espíritu.

El conocimiento de la armonía su­pone experimentar el conflicto. Obje­tivamente, un conflicto no es bueno ni malo: es solamente lo contrario a la armonía, un puente tendido hacia la creatividad. Hemos de replantear­nos nuestras ideas, redondear los án­gulos de nuestras tendencias negati­vas para que el espíritu de lucha se convierta en un espíritu creador y positivo. El estrés y la presión del en­trenamiento del Aikido crean una cir­cunstancia que pone en evidencia este espíritu, sometiéndolo, afinándo­lo. El descubrimiento de los límites de nuestro cuerpo nos obliga a refle­xionar sobre la significación profun­da de las nociones de conflicto y ar­monía así como a luchar por alcanzar un nivel de conciencia sin las restric­ciones del ego, y por tanto más cerca del Creador.

Alcanzar el satori significa acer­carse a Dios, derribar las barreras que nos separan del mundo natural. El satori vivo del Aikido nos permite comprender que nuestra vida y el funcionamiento del universo son una unidad. Éste es el satori activo y vivo del entrenamiento del Aikido.

El satori no se alcanza sentándose a meditar egoístamente sino que nace de un sentimiento de gratitud hacia el Creador, de un respeto por todas las formas de vida, de un reencuentro con la modestia. El verdade­ro satori supone olvidar el satori, comprender la responsabilidad, no el egoísmo. Muchos se engañan acerca de la práctica del Zen. Imaginan que basta meditar durante unas horas para llegar a ser un iluminado. Cier­tamente, la posición de sentado constituye un rasgo destacado del entrenamiento Zen pero resulta más útil comprender la realidad del sudor del trabajo, del deber. En el Zendo tradicional, un día sin trabajo equiva­lía a un día sin comida. La prohibi­ción de hablar puede extenderse por una semana, un mes, incluso un año, El silencio aliado con la acción nos enseña a inmovilizar la mente y mirar en nuestro interior. El entrenamiento de nai kan gyo consiste en una me­ditación orientada a indagar en nues­tra conciencia profunda y a permitir la reunión con el espíritu creador. Puede decirse incluso que el satori consiste en desarrollar el espíritu de Dios en el interior de cada ser y en asumir sus funciones exteriores.
O Sensei juzgaba que libertad es sinónimo de responsabilidad y que es necesario vivir el momento pre­sente. Jamás intentó eludir las reali­dades del mundo y despreciaba a los que por cobardía olvidan la realidad, que no quieren enfrentarse al dolor y al sufrimiento de un niño que muere de hambre. La actitud de quienes di­cen. "Es el karma, este cuerpo es una cárcel, este mundo es una pri­sión. Obtendré mi salvación y viviré una vida mejor en el más allá", no merece ningún respeto ante la pre­sencia divina. Hemos de olvidarnos del karma, de la próxima vida, del satori. Sólo cuenta el momento pre­sente. La esencia de lo espiritual o el amor de Dios tiene su vértice en ac­ciones como alimentar a un niño que tiene hambre o dar de beber a un hombre cuya lengua está inflamada por la sed.

En Japón se dice que sobre la superficie de la luna se dibuja a veces la forma de un conejo, esta creencia popular proviene de un cuento para niños que narra la historia de un vie­jo monje budista que se había retira­do a lo alto de una montaña para orar. En poco tiempo el monje ya era muy querido por los animales de la montaña, quienes eran sus únicos compañeros. Pero corrían tiempos di­fíciles, la comida escaseaba y el viejo monje perdía fuerzas día a día. Cuan­do los animales se dieron cuenta de la situación, echaron mano de sus magras reservas y se lanzaron por la falda de la montaña en busca de más alimentos. Un día se reunieron a la entrada de la garita del viejo monje y depositaron allí lo que habían encon­trado. La ardilla trajo nueces, el oso bayas salvajes, el mapuche un pesca­do capturado en el torrente. Todos ellos tenía algo para ofrecer excepto el conejo que era muy pobre. Sin embargo, imperturbable, el conejo encendió un gran fuego y cuando las llamas empezaron a lamer el cielo se volvió hacia el monje y le dijo: "Per­dóname, pero soy muy pobre. No he traído comida. Yo te ofrezco mi car­ne. Cómela, te lo ruego". Y antes de que nadie pudiera detenerle saltó a las llamas. ¿Cuál de estos animales manifestó más amor? ¿Cuál hizo el mayor sacrificio? Este relato ilustra el espíritu del verdadero samurai. O Sensei fue un gran samurai, una montaña y no una nube. Su ideal fi­losófico se elevaba muy alto en el cielo, pero sus raíces profundas se hundían en la realidad, O Sensei era el Himalaya. O Sensei era el Everest.

El paraíso y el infierno no perte­necen al más allá, nosotros los crea­mos por medio de nuestros actos, nuestros pensamientos y nuestras pa­labras. Uno de los símbolos espiritua­les de la religión Shinto es el espejo. La imagen que nos devuelve refleja nuestra propia realidad. Sí la cara es sonriente, Dios es feliz e irradia amor. Pero si el espejo refleja tristeza u odio, es el infierno el que nos mira de frente. Las actitudes son un reflejo del alma para alcanzar la verdad y ayudar a la sociedad.

Así como el fuego y el agua crea­ron la tierra, son ellos también quie­nes se encargan de su limpieza. Los fenómenos naturales -lluvia, viento, nieve- purifican la tierra y su atmós­fera. Volcanes y temblores de tierra mantienen su equilibrio interno. Del mismo modo, nuestro cuerpo también elimina sus impurezas: los síntomas de las enfermedades -fiebre, inflama­ción, transpiración- son reacciones naturales de eliminación para reestablecer el equilibrio. La depuración es una función esencial en el orden na­tural. El mundo del espíritu y la ma­teria constituyen dos aspectos de la misma realidad, influyendo el uno sobre el otro. Para vivir la experien­cia del satori es necesario seguir las leyes de la naturaleza y purificar nuestro cuerpo, corazón y alma así como todo lo que nos rodea. El aseo es una forma de oración activa. El cuerpo se limpia, las toxinas se elimi­nan gracias a la circulación de la san­gre, la acción de los intestinos, la hi­giene alimenticia, el sueño y una actividad física interna. El entorno debe estar limpio, ordenado y libre de pensamientos, palabras o acciones negativas. A través de un intento sin­cero de reconocer a Dios dentro y fuera de nosotros, al mar viviente de energía en el que nos movemos y se mueve en nuestro interior, una paz interior se apodera de nuestros cora­zones.

Las numerosas ceremonias y técni­cas de purificación se llaman misogi. Misogi significa desprenderse de la envoltura exterior, quitarla y limpiar­la. Si tienes los ojos cerrados no pue­des ver la luz. Con guantes no senti­rás el contacto con la tierra. El ayuno, la meditación, la oración y el keiko son actos de misogi. El camino del Aikido es el de un Shugyo, de la lu­cha diaria, del aprendizaje que refina y purifica la calidad de la existencia.

Nacido del Ser Único que se divi­de en dos, el adepto del Kannagara está convencido de que la humani­dad desciende inmediatamente de los dioses. El mundo es, en realidad, una gran familia. El hombre y la mujer, creados por los dioses a partir de su sustancia, descienden de una línea de kami en el mundo de la materia. Esta idea se expresa con el carácter chino atribuido a la persona, hito, que significa "contener la luz divina"; y el carácter para "cuerpo", iki maya, que literalmente significa "templo vivo''. Así como un trozo de metal se magnetiza a causa de un cambio en el alineamiento eléctrico, el amor magnetiza todas las células, todos los átomos del cuerpo humano, y enton­ces aparece la luz de kami.

Este don natural -la luz de Dios-conlleva gran responsabilidad. Pulir y afinar el espíritu, con el propósito de proteger la Creación, es responsabilidad de toda la humanidad. La palabra "Reigi" se traduce frecuentemente por cortesía o etiqueta, pero el significado es mucho más rico: "Reí", en principio traducible por reverencia, también significa Espíritu Santo y "gi" manifesta­ción. Hacer una reverencia a otro su­pone el reconocimiento de esta responsabilidad y del espíritu de kami que habita en cada ser, reconocer que nuestros cuerpos son diferentes pero el espíritu es el mismo. Nuestras funciones son diferentes pero com­partimos la misma responsabilidad ante Dios. Para los adeptos al Kanna­gara, se trata de una responsabilidad aceptada con gratitud y alegría.

Arigato Gozai Mas, Bocha (6º Kyu).

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