Por José Luis Lázaro
Nuestro tiempo, sumergido en “comunicaciones” a través de celulares cada vez más sofisticados y complejos y con un mayor número de aplicaciones, reflejo del avance de una tecnología que parece no terminar de asombrarnos, encuentra como contrapartida, no pocas veces, un quedarse “sin señal”. El dispositivo queda anulado y nosotros, “desamparados y desconectados” de un mundo que llevamos encima. Ello provoca el malestar necesario para que, por un rato, nuestro día se arruine aún más.
En algún momento, se reglamentó el uso de celulares en las escuelas y, más allá del cumplimiento o no de la normativa, es observable y preocupante que en muchas instituciones la falta de “señal” no se da precisamente en los celulares sino de aquella otra necesaria e irreemplazable que habilita la comunicación con los demás, de esa comunicación cara a cara, frente a un otro también irreemplazable.
Quedarnos sin esta última señal es, en términos de construcción pedagógica, no encontrar la forma de levantar la mirada que habilite el diálogo, que instale una interacción por medio de palabras.
Definitivamente, comunicación es diálogo, no transferencia o intercambio de informaciones sino construcción a la que se llega tras un re-conocimiento propio y de los demás. Los seres humanos nos constituimos como tales en virtud de nuestra comunicación con los otros. Es esta acción la que nos ayuda a sobrellevar la convivencia.
El poder de la palabra. Negarnos la posibilidad de hablar y de escuchar es suscribir a la violencia. La comunicación sólo puede crear algo nuevo si las personas son capaces de escucharse sin prejuicios y sin tratar de imponerse nada. Porque donde hay imposición, también hay violencia.
Desde tiempos remotos, el ser humano ha atribuido a la palabra el poder de transformar la realidad. Ya sea como instrumento mágico o evocador de quimeras, la palabra siempre nos ha llevado de la mano hasta donde nuestro pensamiento inquieto nos ha impulsado a ir. No hay rito ni magia sin palabras, como tampoco hay arenga iniciadora de revoluciones sin la presencia imprescindible de las palabras que mueven pueblos.
Cada uno de nosotros está construido desde su propia subjetividad, lo que implica diferentes formas de percibir el mundo, distintas miradas, múltiples historias; motivo por el cual la acción de dialogar, para poder entendernos y entender a los demás, se vuelve insoslayable.
“El infierno es la mirada”, nos dice de manera aguda Jean Paul Sartre, imagen que se refuerza en la narración de una escena de Víctor Frankl en la que un oficial nazi clasifica y desclasifica con su mirada, en un campo de concentración, a los recién llegados, y de ella va a depender la vida o la muerte de ese prisionero.
Contextos de diálogo. El hecho educativo es esencialmente comunicación. La relación pedagógica es, en su fundamento, una relación entre seres que se comunican, que interactúan, que se construyen en la mirada, primero, y en la interlocución, después.
Pietro Castillo enseña que la pedagogía se ocupa del sentido de la tarea de educar a seres que requieren el apoyo de los docentes en particular, y de la institución toda, frente a las acechanzas del abandono, del sinsentido y de una incertidumbre descontrolada.
Un análisis de la importancia dada a la palabra actualmente en las escuelas nos revela que son escasas las instituciones que favorecen contextos de diálogo “auténtico”, a sabiendas de que desempeña un papel clave la creación de un ámbito de aprendizaje en el cual se facilite el pensamiento reflexivo y el diálogo sincero y abierto.
Esta realidad inmanente requiere no ignorar al otro cuando pone en palabras lo que siente. Porque, en definitiva, cuando nos relacionamos con alguien, cuando interactuamos, cuando intercambiamos miradas, gestos y discursos, estamos insertos en un mundo humano y ponemos en acto esa, nuestra condición.
Nada hay más humano que comunicarse. Por eso, estar “sin señal” en una escuela es no encontrar la mirada para comprometerse y asumirse en la compleja trama social que nos atraviesa. Proveer y tomar la palabra, para que siga siendo la puerta hacia lo posible y lo ideal; para que nos sirva de vehículo hacia esa meta aún inalcanzada de la comunicación, es sentirse y reconocer que somos alguien para y con otros.
En la mirada auténtica hacia “mí mismo” y hacia “un otro”, se encuentra la señal. Pero si esa mirada está ausente, se impugnará toda forma de comunicación, lo que hará de la convivencia una lucha por la supervivencia.
*Especialista en lectura, escritura y educación.
Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.
1 comentario:
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José Luis Lázaro
Gracias Bocha
Bocha
De nada amigo!!!
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