Al preso le ponen un capucha, le amarran a una silla negra y le colocan una especie de babero blanco con una diana dibujada a la altura del corazón. Los cinco verdugos toman posiciones a siete metros, al otro lado de una falsa pared, y asoman sus rifles del calibre .30 por un ventanuco. Todos disparan a matar tras la orden de rigor... "Apunten, listos... ¡Fuego!".
Así se sigue ejecutando en Estados Unidos en pleno siglo XXI. Y así morirá hoy el preso Ronnie Lee Gardner, condenado por matar a bocajarro a un abogado –Michael Burdell- durante una fuga frustrada. La cuenta atrás acaba al filo de la medianoche de hoy en Salt Laje City. Tan sólo una intervención en las últimas horas del Tribunal Supremo podrá detener la mauquinaria de la muerte.
Gardner ha pedido inútilmente la conmutación de la pena capital por la cadena perpetua y ha expresado su arrepentimento por ese y otro asesinato anterior, cometidos hace 25 años. Pero ni los tribunales de apelaciones ni las autoridades políticas de Utah (el único estado donde se sigue fusilando a los presos) han dado su brazo a torcer, aunque los familiares y amigos de la víctima han pedido clemencia.
El reo ha renunciado a su última cena y lleva en huelga de hambre desde el martes, cuando comió por última vez un filete, langosta cocida y un helado de vainilla. Sus guardianes asegura que la mayor parte del tiempo la pasa leyendo y rezando.
El último pelotón de fusilamiento acabó fulminantemente con la vida de John Albert Taylor en 1996. "Dejadme marchar", fueron las últimas palabras del reo, condenado por violar y asesinar a una niña de once años. Su cuerpo se convulsionó con el impacto de las balas. La cabeza se le quedó ladeada sobre el hombro derecho. La "diana" se les desprendió y a la altura del corazón quedó a la vista un boquete abierto. La mancha de sangre se fue extendiendo.
"No hubo agonía", certificó el médico de turno. Para completar el macabro ritual, un capellán entonó una oración por el recién fallecido. Varios funcionarios de prisiones llegaron con sus cubos para limpiar la sangre y rociar la cámara de la muerte con productos químicos.
El escalofrío del fusilamiento pervive aún en la mente y en la retina de los que asistimos involuntariamente a aquel "crimen" ruidoso y premeditado. John Albert Taylor consiguió su objetivo: poner al estado mormón y justiciero de Utah en el disparadero internacional. Las protestas rompieron a las puertas de la prisión, en las afueras de Salte Lake City. De todas las pancartas, se me quedó grabada especialmente una: "Cuando el estado fusila, todos apretamos el gatillo".
El revuelo mundial contrastaba con la indiferencia y el estupor con los que la gente de Utah recibía a los periodistas extranjeros, como si fuéramos extraterrestres. "¿Por qué tanto interés por un suceso local?", nos preguntaban. "¿Es que sus países no ajustician a los violadores y a los asesinos?"...
Y al cabo de 14 años, la secuela. Ronnie Lee Gardner pudo optar por la inyección letal, pero elegió morir por el viejo método: "Pelotón de fusilamiento, por favor". A diferencia de Taylor, Gardner asegura que su decisión no tiene una intencionalidad política, que lo único que quiere es morir sin contratiempos: "Es mucho más fácil con el pelotón de fusilamiento que con la inyección letal. No suele haber errores...".
Se equivoca Gardner. De las 39 veces que el estado de Utah ha recurrido al fatídico pelotón, ha hecho falta una segunda ráfaga de disparos en casi la mitad de los fusilamientos. Allá por 1879, el preso Wallace Wilkerson agonizó durante quince minutos, quince, después de recibir veinte impactos de bala.
Pero la inyección letal causa aún más pavor en muchos presos, sobre todo después de la ejecución fallida de Romell Broom en el estado de Ohio, en septiembre del 2009. Dos horas estuvieron su verdugos intentando suministrarle la dosis, pero no atinaron con la vena. El gobernador Ted Stickland se apiadó de él y le concedió una semana de vida extra. Sus abogados recurrieron alegando el "castigo cruel e inusual" al que fue sometido el reo, que aún espera su segunda cita con la muerte.
La campana de la apelación puede salvar aún en última instancia a Ronnie Lee Gardner, que lleva 25 años esperando el fatal desenlace y tiene ya la fecha fatal marcada en el calendario: 18 de junio. Su abogado, Andre Parnes, ha pedido esta misma semana al juez de distrito Robin Reese que aplace la ejecución. Pero el fiscal general adjunto de Utah, Tom Brunker, ha reiterado la voluntad del estado de seguir adelante con el mortífero plan, pese a las críticas internacionales y la mala imagen.
El estado le ha negado además a Gardner su penúltima voluntad: conocer los "antecedentes" de sus cinco verdugos.
La petición, por lo inusual, pilló a las autoridades con la guardia baja. Gardner, que aún se debatía entre la inyección letal y el pelotón de fusilamiento, quería estar "bien informado" antes de tomar su última decisión, un "privilegio" que aún tienen todos los presos condenados a muerte en Utah antes del 2004. El fiscal denegó la petición alegando "el estricto anonimato de los ejecutores".
Stephen Gehrke, portavoz del Departamento de Prisiones, nos pone al tanto de la truculenta "logística" del pelotón de fusilamiento: "Los ejecutores son preseleccionados entre agentes de la ley del estado de Utah. Serán cinco y su identidad no será revelada. Cuando llegue el momento, estarán estacionados tras una pared de ladrillo en la cámara de la muerte, con portezuelas para poder apuntar. Estarán armados con rifles del calibre .30. Cuatro de ellos estarán cargados con munición real y uno con balas de fogueo"...
Lo de las balas de fogueo es para lavar la mala conciencia de los ejecutores. Aún después de disparar, los cinco tendrán la duda de si la suya era la munición de "pega". Siempre podrán dormir tranquilos por las noches, pensando que fueron los otros cuatro quienes realmente mataron al reo indefenso, atado con correajes a una silla de tortura como las de la Santa Inquisición, soldada a una tarima de metal, fijada sobre un suelo de cemento y protegida con sacos terreros...
Habrá en total no más de 20 testigos, protegidos por un cristal antibalas. La nueva cámara de la muerte construida en 1998 –en la prisión estatal de Draper- ha sido escenario hasta ahora de una sola ejecución, la de Joseph Mitchell Parsons, en 1998 y por el socorrido método de la inyección letal. Para acomodarse a los designios de Gardner, habrá que construir la pared desde la que dispararán los ejecutores, que compartirán con el "ejecutado" en una espacio de apenas 56 metros cuadrados.
John Albert Taylor, fusilado en 1996, donó sus ojos. Ronnie Lee Gardner no tendrá esa opción. El nuevo protocolo es así de tajante: "La donación de órganos no es una opción para los presos condenados". Tendrá derecho, eso sí, a una última cena, pero no podrá pedir bebidas alcohólicas. Taylor comió una pizza con champiñones y pimientos y bebió una Coca Cola.
El último preso fusilado en Utah acometió su cita con la muerte con una tranquilidad aparente que poco a poco fue degenerando en tensión... A las 23,10 de la noche del 26 de enero de 1996 recibió en su celda de aislamiento al reverendo Reyes Rodríguez. Escuchó una cita bíblica y lloró. Se secó las lágrimas y estrechó las manos del cura. Le preguntaron si necesitaba sus gafas y si quería un crucifijo. Dijo que no. Aguardó inmóvil en su camastro y diez minutos antes de la medianoche le condujeron al cadalso. Le ataron a la silla y le dieron dos minutos para expresar su última voluntad. Le pusieron un capuchón como los de Guantánamo y encajó la lluvia certera de disparos.
Un pasmoso silencio siguió a la detonación. El médico entró sigilosamente en la escena del crimen, le tomó el pulso al preso y certificó: "Ha muerto". Se acabó la función.
El estado de Utah no está dispuesto a que se repita el "show" con Ronnie Lee Gardner, que no podrá hablar con la prensa antes de ser ejecutado. Pese al renovado interés mundial, el Departamento de Prisiones dará prioridad a los medios locales y ha pedido la máxima discreción a sus funcionarios. Hace 14 años, decenas de periodistas pudimos visitar el día anterior la cámara de la muerte como si fuera un auténtica atracción turística. En esta ocasión el acceso estará mucho más restringido para mitigar en lo posible el impacto.
El fiscal general adjunto Tom Bruckner se ha esforzado además en desmostrar los "avances" de Utah desde la última ejecución. "Los presos condenados después del 2004 serán ejecutados con la inyección letal y ya no tendrán la opción de pelotón de fusilamiento", insiste. Otros cuatro "veteranos" en el corredor de la muerte han mostrado también su predilección por el "apunten, listos ¡fuego!", pero la atención desmedida que ha provocado el caso Gardner puede forzar la revisión de la ley y enterrar definitivamente el violento método, asociado al viejo oeste y a la Guerra Civil americana.
"Utah no es Texas", insisten los locales. Y parte de razón tienen: la de Gardner será la primera ejecución en el estado en la última década, frente a la imparable maquinaria de la muerte en el estado de George W. Bush, que el año pasado contabilizó la mitad de las 52 ejecuciones en Estados Unidos (Virginia, Oklahoma, Alabama, Ohio y Florida completan la lista letal).
"La pena capital está en vigor en 35 estados, pero lo cierto es que son cada vez menos los que la aplican", asegura Richard Dieter, director del Centro de Información de la Pena de Muerte. "Nuevo México se dio de "baja" el año pasado. En California hace ya cuatro años que se ejecuta a ningún preso. Incluso en Texas, la tendencia es a la baja: hace diez años se sentenciaba a 40 presos al año; en el 2009 hubo sólo nueve sentencias. Con los casos de inocentes enviados al corredor de la muerte, los jurados han empezado a ser más cautos y se inclinan mucho más fácilmente por la cadena perpetua".
Cierto: el 65% de los norteamericanos apoya aún la pena capital y el presidente Obama no se mordió la lengua a la hora de defenderla durante la campaña electoral.
"Pero el declive es inevitable", sostiene Dieter. "Los estados que la aplican se quedarán cada vez más solos y el Tribunal Supremo se tendrá que pronunciar tarde o temprano otra vez, y sentenciar de una vez por todas que la pena de muerte, sea cual sea el método, es un castigo "cruel e inusual" que atenta contra la Constitución. Yo creo que el proceso no tardará más de diez o quince años".
Entre tanto, la amenaza siniestra del pelotón fusilamento sigue viva no sólo en Utah, también en el etado de Oklahoma, donde sigue siendo una "opción aceptable" (Idaho ha sido el último en descolgarse hace tan sólo unas semanas). La horca sigue también vigente en los estados de Washington y Delaware. Y la macabra silla eléctrica funciona en media docena de estados como Virgina, el útlimo en "achicharrar" a un preso, Paul Powell, el pasado 18 de marzo.
Fuente: elmundo.es
Saludos rituales, Bocha.
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