Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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viernes, 28 de junio de 2013

El cuento de la casa tía (De Narváez)

("Gran cuñado 2009" De Narváz y su imitador Roberto Peña) 
Para De Narváez la billetera es muy importante. Y resguardarla implica tomar decisiones difíciles, como despedir a miles de personas.
Francisco De Narváez basó su fortuna empresaria en la que su familia materna, los Steuer, pudo rescatar cuando, perseguidos por el nazismo, dejaron Praga en 1939. Los Steuer eran socios de los Deutsch, que también se fueron de Checoslovaquia cuando llegaban las tropas alemanas. Estas dos familias habían desarrollado un comercio llamado Te-Ta, que significa Casa Tía en checo. En el exilio forzoso, los Steuer-Deutsch desembarcan al año entrante en Colombia, luego a Ecuador y, apenas iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón, llegan a la Argentina y también al Uruguay. En el lado oriental del Río de la Plata instalaron Tata –que es un sinónimo de Tía– y de este lado le pusieron Casa Tía. El primer local fue en Suipacha 147, pleno centro.


El concepto comercial era bastante innovador respecto del que se usaba en este lugar del mundo. La originalidad del modelo consistía en colocar góndolas redondas, como islas, con útiles, golosinas y chucherías de todo tipo, con una caja en cada góndola. Hasta ese momento, el comercio minorista en la Argentina y el resto de América latina era el del almacén, la librería o la mercería. El éxito de estas dos familias se basó no sólo en la originalidad del modelo, sino también en la capacidad de inversión que tenían.

Dado su avance arrollador, entre el ambiente de comerciantes, que se sumaron al tufillo antisemita existente, corrió el rumor de que, Tía era el anagrama de Tiendas Israelitas Asociadas. Pequeño error: estaba inscripta como Tiendas Industriales Argentinas. Pasaron los años y la Tía crecía, con un esquema familiar. Así, cuando Francisco De Narváez era un adolescente que cursaba la secundaria, decidió dejar de estudiar y sus padres lo dejaron sumarse a Tía, con lo cual dejó truncos sus estudios. Allí trabajó un tiempo, se retiró y volvió en 1993, en pleno menemismo. Para entonces ya entraban cadenas internacionales y se construían shoppings, pero la ventaja de Tía era que tenía casi medio siglo en el mercado y 51 locales desde Jujuy hasta Tierra del Fuego.



De esas tiendas, además, las familias habían pasado a otros rubros y conformaron un grupo que incluía cítricos Ayuí, Inta (una empresa de telas para guardapolvos), la línea aérea Lapa, Econo y Paseo Alcorta, entre otros emprendimientos.


La vuelta de Francisco. 
El reingreso de De Narváez a los negocios de la Tía fue impresionante. Según su reformulación, de los 5.000 empleados sobraban nada menos que 3.500. Según consta en un paper que presentó en un encuentro en la Universidad de Harvard: “La mayoría de la gente que despedí tiene más de 25 años de experiencia en Tía; en conjunto me deshice de 5.000 años de experiencia. En un momento la empresa perdió su cultura; todo lo bueno y lo malo. Despedí a todos, desde cajeros hasta asistentes de gerentes. Gente que en el pasado había dirigido la empresa y, ahora, si no estaban de acuerdo con una idea, no la llevaban a cabo. Fue una decisión difícil de tomar y aún vivo con eso todos los días. No tiene sentido pensar en forma justa. No hay justicia”. La última frase, para quien pretende convertirse en un líder peronista del siglo XXI, resuena demasiado fuerte: “No tiene sentido pensar en forma justa”, equivale a decir que el actual diputado nacional De Narváez, sentado sobre una fortuna construida por su familia sobre la base del esfuerzo de trabajadores argentinos, quiere terminar con cualquier vestigio de pensamiento justo si pudiera hacerse de la conducción del justicialismo. También debería alertar a los trabajadores del multimedios América, donde De Narváez se hizo fuerte, qué futuro les esperaría si se volviera al genocidio laboral del menemismo, donde De Narváez se movía como pez en el agua. Está claro, el empresario dijo lo que piensa a los académicos y empresarios con los que compartió ideas en Harvard, cuna del neoliberalismo.

La operación Tía. 
La liquidación era muy complicada y requería secreto. Lo que circulaba era que se trataba, en realidad, de un proceso de reinversión en la compañía. El plan Rumbo al ’99 era un plan de inversión de obligaciones no negociables, conseguidas a buena tasa, para abrir locales. Entonces, alineó a toda la compañía detrás de ese plan estratégico para generar motivación, y comunicó a los gerentes y empleados que la idea era llegar a posicionarse como líder nuevamente. Quizás esa idea de liderazgo empresario fue la que lo motivó a su aspiración de ser líder del partido mayoritario argentino.

El proyecto maestro contemplaba un plan de comunicación que “bajaron” a los gerentes en un evento donde participó De Narváez. Todos salieron motivados, sentían que habían recuperado la mística de la compañía apoyados en el discurso de De Narváez. Discursos desde la absoluta capacidad de echar a quien no le gustan sus palabras. Discurso que, más que seducir, induce a la obediencia. Ese es el hombre que, además de aquel plan maestro, hoy tiene otro sueño maestro: liderar el peronismo del nuevo siglo.

A principios de los ’90, cuando Francisco De Narváez estaba cómodo con el lugar de empresario menemista eligió los principios filosóficos de Casa Tía. Se decidió por tres que sonaban muy bien: honestidad, sencillez y ética. Sin embargo, resultó un umbral demasiado alto para los resultados que cosechó: a poco de inculcarlos entre los empleados, contrató a una consultora para que le hiciera una encuesta interna: siete de cada diez consultados dijeron “Tía no es honesta”.

Con respecto a la sencillez, como número uno de Tía, De Narváez no la cultivaba. Solía llegar al mediodía a la oficina después de hacer deportes, bronceado, y tenía una máquina de gaseosas de su uso exclusivo para tomar la versión de Pepsi de bajas calorías. Era un problema si no había latitas con gaseosa. Lo mismo con los yogures Ser –también diet– que llevaban jalea.

Tal era la necesidad de consumir productos dietéticos que, cuando viajaba a su ostentosa casa en Villa La Angostura, tenía un ritual: llegaba en su Cessna Citation 5 al aeropuerto de Bariloche, ahí lo esperaban con el jeep Cherokee, que previamente debía pasar por el local de Tía de Bariloche para aprovisionarse de suficientes latitas de gaseosa y vasitos de yogur.



En cuanto a la ética, es más complicado graficarlo. En todas las comunicaciones internas, Tía insistía que no estaba en venta. Pero, en secreto, De Narváez y Andy Deutsh, su socio, heredero al igual que él, tenían la decisión tomada desde 1996 de venderla y estaban en negociaciones para encontrar el mejor postor.



Una cruzada solidaria. 
De Narváez, hoy diputado nacional y aspirante a gobernador de Buenos Aires de la mano de algún tejido con Felipe Solá presidenciable, todo de la mano de Eduardo Duhalde, supo ser por entonces un gran motivador. Armó una “cruzada solidaria” que terminó donando más de un millón de pesos a 60 escuelas que eran elegidas por los votos de empleados y clientes. Para que la gente confiara, directamente les entregaba el producto a los colegios. Desde inodoros hasta materiales de obra para hacer un galpón. La de integración con la comunidad era excelente. Y a los empleados también los estimulaba. Por ejemplo, a las cajeras que más recaudaban les daba un pin de oro de regalo. Entre los empleados de Bariloche armaron una brigada de pintores que iba a las escuelas junto a los bomberos voluntarios. La campaña terminó con una videoconferencia con los colegios, donde alguno de los gerentes lloró cuando hablaba con alumnos de un colegio para chicos discapacitados de Jujuy.

El doble discurso era importante. Al mismo tiempo que sostenían una campaña asegurando que eran una empresa de capital nacional –el único súper que quedaba, junto con Coto– estaba valorizando Tía para venderla, finalmente, a un fondo de inversión de capitales más que dudosos. Subirse al avión. Como parte de las acciones públicas para reafirmar que la compañía no estaba en venta, De Narváez y Andy Deutsh (el otro accionista importante de Tía, descendientes de las familias fundadoras), subieron en un Boeing 757 a 60 periodistas, proveedores y empleados para la inauguración de un local en Ushuaia. Pero hubo una picardía para que los periodistas tuvieran algo que informar: el día anterior, alguien hizo correr el rumor de que Tía estaba en venta, y hasta le ponían un precio. Esa nota apócrifa, cuya mano autora nunca se dio a conocer, era muy funcional a lo que pasaría en la capital de Tierra del Fuego una vez que aterrizaran De Narváez y la comitiva.

Durante el acto inaugural, Deustch, para contradecir el rumor creado por ellos mismos, dijo “Tía no tiene, no busca, ni quiere novia”. Y subrayó el logo de la empresa “50 años mirando al futuro, pensamos en los chicos, creemos en la educación, apoyamos al país”. Por si había dudas, la frase final fue “No vamos a vender”. Tras los aplausos, los periodistas presentes querían indagar, ante lo cual Deutsh y De Narváez dijeron que brindarían una rueda de prensa en el hotel donde se hospedaban. Pero, para evitar preguntas incómodas, con Deutsh como piloto, ambos se subieron a un avión. Las dudas se despejaron definitivamente cuando, a principios de 1999, se formalizó la compra de Tía por parte del Exxel Group, presidida por el ex Citibank Juan Navarro, que manejaba fondos multimillonarios y formaba parte, al igual que De Narváez, del entorno de empresarios amigos de Carlos Menem. Exxel ya estaba en el rubro súper en Norte, asociado con la cadena francesa Promodes.

Tía se iba a la basura. Los locales estaban trabajando con el mínimo de gente, De Narváez ya había echado a la mayoría. Una manera de “valorizar la compañía”, vendida en 600 millones de dólares. El día que se producía el traspaso, De Narváez citó a algunos de los gerentes, que iban a cobrar su indemnización. De parado, como de apuro, les dijo: “Los quiero saludar, les quiero agradecer y decirles que me van a seguir viendo… en las fotos de las revistas. Chau”.

Se dio media vuelta y se fue. Ya había cobrado una cifra millonaria. Otros horizontes lo esperaban. Otras batallas tenía para librar. Quizá ya maduraba su aspiración de convertirse en una figura relevante del peronismo. Claro, no sabía que los tiempos del menemismo, algún día podían terminar.


fuente google :EL CUENTO DE LA CASA TIA
por Eduardo Anguita – eanguita@miradasalsur.com

COMENTARIO del Plumudo: Otro más que se suma a Jorge Lanata y a Adrián Suar: "Francisco De Narváez era un adolescente que cursaba la secundaria, decidió dejar de estudiar..." Seguramente Lanata realizará un informe recontra chequeado sobre este personaje ¿no?... pensar que en "Gran Cuñado" de Tinelli lo vendían como "un tipo común", ¿también será común echar a un hermano como socio de la compañía?, no lo se, no tengo hermanos... Lanata también debería chismosear en eso, ahhhh no cierto que él también dejó gente en la calle. Es una verdadera parodia de Gran Hermano, sin dudas que el colorado "Tiene un plan”... sin dudas que es de ser "alica, alicate" a ser un grandísimo "cuniado, cuniadazo". 

Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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