Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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miércoles, 21 de noviembre de 2012

ENTREGA DEL DOCTORADO HONORIS CAUSA A ERNESTO LACLAU




La Universidad es el lugar de la pluralidad. El pluralismo entendido desde la Universidad Católica de Córdoba en particular, es ciertamente un pluralismo interesado que no pretende ser neutral. Dado que creemos que el conocimiento tiene una responsabilidad por las grandes mayorías que no pueden acceder a la Universidad, tenemos la profunda convicción de que nuestra docencia debe generar graduados universitarios más comprometidos con una sociedad más justa y equitativa, que nuestra investigación debe ser pertinente socialmente, que el conocimiento producido debe incidir en políticas públicas más justas y eficientes.

Creemos que la Universidad tiene dos capitales fundamentales: conocimiento y credibilidad; y debe poner ambos al servicio de una justicia social demasiado largamente esperada. Por eso valoramos los intentos; en particular de los académicos que se comprometen para que desde la teoría se asuma la realidad y se ofrezcan ideas que inspiren la transformación de la realidad en algo más justo y equitativo.

Aquí es donde nos encontramos con Ernesto Laclau. Laclau es un académico de prestigio internacional indiscutido; numerosas universidades y publicaciones lo atestiguan. Sus libros han dado material para la reflexión y discusión politológica a lo largo y a lo ancho del mundo académico.
Obras como “Hegemonía y Estrategia Socialista” escrito junto a Chantal Moufflé o el más reciente “La Razón Populista”, han sido claves en la politología contemporánea.
Sus planteos acerca del populismo y la necesidad de repensar nuestras democracias pone el acento sobre temas muy serios de la organización política y ensaya respuestas que dan que pensar.
Es verdad que –como afirma Laclau– la democracia liberal en América Latina no ha satisfecho las demandas populares. Pruebas al canto: años de postergaciones de los sectores populares; exclusión y pobreza creciente; y todo avalado por instituciones formales que no terminan de contener.
Por eso se hace necesario llenar de un nuevo contenido las instituciones democráticas, lejos del institucionalismo que las invoca como un fetiche, y como si estas de por sí dieran frutos de justicia y equidad.
Necesitamos democracia con justicia y equidad. Eso implica un replanteo de las instituciones de la democracia. En este punto el pensamiento de Ernesto Laclau coincide con el de los movimientos eclesiales de base que descreen que el mercado capitalista sea el que tiene la razón y a su vez plantean un cambio de las estructuras para hacer realidad las aspiraciones de justicia y equidad de las grandes mayorías.

Pero además de prestigioso, Ernesto Laclau es un académico comprometido. Y eso es sumamente valioso. Porque se trata de alguien que expresa posicionamientos claros respecto de procesos políticos reales actuales. Comprometerse tiene sus consecuencias. Llevar las ideas al plano de las concreciones históricas –ya se sabe– implica entrar en el ambiguo territorio de la política, de los intereses, las flaquezas, claudicaciones y limitaciones personales y grupales.
Ocurre entonces que algunas realizaciones derivadas de unas determinadas ideas pueden –y deben– ser criticadas; es legítimo; es sano también si se quiere evitar la tentación de la hegemonía del pensamiento único.
Sin embargo lo triste es cuando se descalifica a ideas y personas por defender determinadas posiciones o cuando se intenta defenestrar
determinados postulados sin reparar en matices. Entonces todo queda oscurecido por el tamiz de las opciones políticas excluyentes y ya se es incapaz de distinguir lo valioso. Aquí detractores y defensores cargan con responsabilidades. En esta materia, en nuestro país, -la historia lo demuestra- Gobierno y grupos opositores no se sacan ventaja. Por eso en este contexto, la Universidad no puede dejarse entrampar en las antinomias epocales que reclaman una adhesión cuasi religiosa.
En este tiempo particularmente asistimos a través de los medios –privados y estatales– a una empobrecedora e interesada simplificación de miradas y posiciones respecto de los muy complejos problemas nacionales. Esa lógica simplista termina reduciendo el pensamiento a consignas que como siempre, señalan algo verdadero y a su vez esconden mucho.
Este análisis superficial –bajo la engañosa lógica amigo-enemigo– rápidamente nos urge a tomar posiciones apodícticas. Sin embargo, el ejercicio crítico del pensamiento nos enseña a tomar distancia y preguntar.

Una de las obligaciones principales del universitario es tomar distancia y preguntar. Sin olvidar, por cierto, que uno siempre es parte de la pregunta; porque no somos ajenos a la realidad (somos “ser ahí”, diría Heidegger, arrojados a la existencia) sin embargo la función del pensamiento es intentar tomar distancia del devenir, de la corriente, de la rutina y entonces preguntar: ¿qué es todo esto? Nuestro hábito universitario del preguntar nos ha llevado no pocas veces incluso a preguntar y disentir con las autoridades dentro de nuestra confesión religiosa en particular; lo cual nos ha traído no pocos problemas.
Entonces, si como Universidad somos capaces de tener una mirada crítica con un Magisterio pretendidamente indiscutible, cómo no vamos a ser honestamente críticos con los gobiernos y los poderes de turno que no pocas veces presentan sus ideas como un Magisterio cuasi infalible.
Somos concientes también de que en esta lucha de intereses que nos toca, es falsa cualquier neutralidad. Uno debe tomar posición: y esa toma de posición universitaria es respecto de la verdad, de la justicia, y de la responsabilidad por las consecuencias reales del conocimiento.

Esas posiciones son opinables y riesgosas. Por eso mismo valoramos particularmente a quienes –como Ernesto Laclau– desde la academia se comprometen y a su vez inspiraron e inspiran movimientos políticos y sociales. Por eso la UCC también ha distinguido a otras personalidades que transitan estos caminos de lucha por una sociedad más justa desde la realidad de la defensa de los sectores más desfavorecidos; tal es el caso del premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, o el líder aborigen Félix Díaz.
Esta superficialidad de la que hablábamos acostumbra también escandalizarse de los antagonismos y confrontaciones. Los antagonismos son parte de la vida social y política de los pueblos y comunidades. Ernesto Laclau profundiza con lucidez este aspecto de la política. El punto consiste en distinguir cuándo el antagonismo deviene en demonización del adversario, recurso que funciona como una coartada para ocultar intereses inconfesables, o como una estrategia para desviar la mirada sobre temas graves como la inequidad e injusta distribución de las riquezas, que en Argentina no merma.
La entrega de un Doctorado Honoris Causa expresa una toma de posición pública de la Universidad. Revela dónde está parada la institución.

Entonces, ¿adónde está parada la Universidad Católica de Córdoba? Junto a los anhelos de las grandes mayorías, intentando acompañar a los que siguen habitando en el reverso de la historia y son acorralados a los márgenes por la pobreza que crece y no cesa. Allí estamos; a una distancia crítica de los poderes políticos, económicos y religiosos. Es nuestro deber.
La Universidad Católica de Córdoba tiene sus intereses (el conocimiento siempre es interesado, dice Habermas); Y nuestro interés particular es que el conocimiento sirva para transformar la realidad, en particular para los sectores más pobres y postergados. Afirmamos con Ignacio Ellacuría que “la Universidad debe encarnarse con los pobres.”. “Debe ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a veces a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que justifiquen su verdad y su razón”.

En ese lugar estamos parados. Es nuestro sitio en la frontera. Animados por estas convicciones, y desde este posicionamiento ideológico y académico, nos honra otorgar esta distinción junto con nuestra Universidad hermana, la Universidad Nacional de Córdoba.
Por eso hoy, con alegría le damos la bienvenida, Profesor Doctor Ernesto Laclau, al claustro de la Universidad Católica de Córdoba.

P. Lic. Rafael Velasco, sj
Rector UCC


Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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