Gentileza: Tiempo Argentino
La ex candidata a la presidencia de Colombia vino a Buenos Aires a presentar el libro No hay silencio que no termine –editado por Aguilar–, donde cuenta sus experiencias en la selva. En esta entrevista con el diario Tiempo Argentino habla de lo que vivió antes y después de ser liberada tras seis años y cinco meses en manos de las FARC.
Por Dolores Álvarez
Ingrid Betancourt estuvo seis años y cinco meses en cautiverio, viviendo en la selva. “Enterrada en vida”, escuchó en la radio cómo su hijo Lorenzo crecía a través de su voz y se enteró de la muerte de su padre. Atada a un árbol, presa de la jungla y de la guerrilla, también escuchó cómo el gobierno decía que había planeado su secuestro para subir en las encuestas. Y no pudo volver a creer en nada.
–¿Siempre supo que iba a relatar lo que vivió en sus años de cautiverio?
–Siempre supe que escribiría, pero el libro se fue haciendo realmente con la conciencia de la liberación. Obviamente, voluntad de dar testimonio. Yo sentía que había que hacerlo, pero lo que escribí fue también el resultado de una perspectiva, de una distancia entre la selva y el momento de escribir. Dentro de la selva no hubiera podido pensar en un libro así.
–Me impresionó el detalle con el que usted recuerda las cosas...
–Creo que para los secuestrados el problema no es cómo recordar, sino más bien cómo olvidar. Es una mochila pesada, una carga emocional muy pesada y muy presente.
–Usted escribió en el libro: “Lo que nos volvimos allá es lo que somos”. ¿Que “se volvió” usted? ¿En qué cambió?
–Fueron etapas, un proceso de evolución. Creo que hay muchos niveles de transformación, pero un nivel fundamental es el tiempo, la relación con el tiempo. Nosotros no somos muy conscientes de la relación con el tiempo. Nos parece que es algo que está ahí, simplemente. Lo vivimos pasivamente, pero en realidad somos seres de tiempo, porque existe la muerte. Y porque al morirnos se pone en perspectiva el valor de cada segundo de vida. La relación con el tiempo y la definición de prioridades se vuelve parte de la esencia de la transformación. Es como volver a pensar la vida con esa conciencia de la muerte cercana y de ahí la importancia del tiempo que uno da a los demás, porque es un tiempo escaso, en particular de los que uno ama. Uno piensa que siempre llegará el tiempo para dedicarles a quienes uno ama. Qué siempre llegará...
–¿Salió algo feo de usted? En una situación tan extrema, egoísmos, miedos...
–Sale todo. El egoísmo, la mezquindad, la intolerancia, las envidias. Yo hablo de mí misma, no de los demás
–¿Qué es lo que más le molestó de sí misma?
–Una cierta rigidez, una dificultad para la compasión. Una dureza obviamente conmigo misma pero también con los demás.
–En la selva no había espejos. ¿Qué vio cuando se vio por primera vez?
–Ojo, los hombres también usan el espejo. Muchas veces. En algún momento nos llegaron unos espejos pequeñitos, cerca del fin del cautiverio. Yo aún conservo el mío. Veía pedazos. Era tan pequeñito que no me veía la cara completa, era de a partes. Un ojo, otro, la nariz, la boca. Era de parches. Yo empecé a mirarme pero de pronto veo que los hombres se miraban mucho más que yo y entendí muchas cosas de los hombres. La marca del tiempo, ahí está. No solamente en arrugas, en las canas, sino también en los rasgos cambiados de la cara, en sus proporciones, vi una cara y un cuerpo diferente.
–Cuenta en su libro que tres meses después de secuestrada, después de su primer intento de escape, escuchó a un guerrillero decir: “Pobre mujer, saldrá de aquí con el pelo a los talones”. Y así la vimos todos en esa “prueba de vida” que recorrió el mundo. ¿Alguna vez imaginó que duraría tanto el calvario?
–Nunca, y esa es una de las cosas que son más difíciles de soportar en cautiverio. Volviendo al tema de la relación con el tiempo, que cambia tanto en cautiverio. Cuando uno está en libertad, un día no alcanza para nada. Uno a veces se da cuenta de que pasó demasiado rápido y no hizo muchas de las cosas programadas, pero se fue. En la selva pasa exactamente lo contrario. El día es eterno. Es muy lento. Es esperar a que termine, con qué lo lleno, qué hago, es una tortura, uno tiene demasiado tiempo para pensar en demasiadas cosas, pero cuando uno mira para atrás, uno lleva cinco, seis años de secuestro. El shock psicológico es terrible. Esa deformación de la relación con el tiempo es una de las máximas torturas que uno puede tener. Sentir: “Estoy perdiendo el tiempo”. La gente no sabe lo que es perder el tiempo, perder la vida, es perder el control sobre esos momentos que nunca van a volver.
–Usted cuenta que escuchaba cómo su hijo crecía a través de los mensajes que le mandaba por la radio. Y una vez le pareció escuchar la voz de su papá en la voz de su hijo. ¿Dónde se encuentra la fuerza para sobrevivir a eso?
–Y uno está ausente. Lo único que hay es resignación. No hay más que hacer. Resignarse. Sí. Me pareció escuchar la voz de mi papá, en la voz de él. Y es muy doloroso, muy bello, muy terrible, muy impresionante.
–¿Había algún trato diferencial entre los secuestrados hombres y las mujeres?
–No, había una cultura contra la mujer. Todo lo que tuviera que ver con la mujer, o se ridiculizaba o se negaba. Las guerrilleras mujeres se negaban a sí mismas las reacciones de mujer. ¿Qué haces cuando te viene y no tienes toallas higiénicas? Primero, un tema con que nos den las toallas. Las reclamábamos y no siempre había... Yo en algunos momentos corté ropa para poder hacerme toallas porque no quedaba otra. Otra cosa con el período es que uno se baña en los ríos, y en los ríos hay pirañas. Una, metida en esa agua, y los bichos alrededor de una, tratando de ser discreto para que los demás no se den cuenta. Ningún trato especial. Igual para orinar. El hombre orina de parado y no hay problema. Una, para orinar, debe desvestirse, para abajo. Necesitas un árbol, algo para esconderte. Una puede ver a un hombre desnudo sin emocionarse, pero nosotras producimos reacciones. Una desconecta toda femineidad, uno la duerme, porque no puede darse el lujo. Otro tema de la mujer son las enfermedades. Somos sensibles a muchas cosas, y nunca hay una atención médica femenina. Cualquier cosa que te pase a ti, como mujer, no tiene tratamiento y es dramático. Estás en situaciones de humedad, no hay higiene, eres muy vulnerables, micosis constantes, hongos en los pies, en los pelos, infecciones.
–¿Nunca sintió empatía con sus raptores?
–Todo el tiempo lo sentí. Para mí fue una gran revelación. Uno mirando a los demás también aprende mucho de uno mismo. Una cosa que fue muy obvia para mí, pero no lo era antes, porque había sido educada de otra manera, y para mí la actividad política hacía que dividiera a las personas entre buenos y malos, porque había ingresado a la política para enfrentar una situación de corrupción y los malos eran los que mentían, los violentos, los narcotraficantes, los que engañaban, en una sociedad con muchos problemas como la colombiana, Y obviamente, yo me consideraba entre los buenos. Y cuando llegué a la selva, esa brújula se acabó. Ese norte se acabó. Te das cuenta de que también puedes no ser tan buena y puedes tener reacciones que no son tan nobles. Es muy curioso. De pronto ves a un compañero de secuestro haciendo algo, que tú desapruebas y juzgas, y al día siguiente te ves a ti misma haciendo exactamente lo mismo. Y de pronto dices: “¡Guau!”. Y aquí hay que empezarse a mirar bajo otro lente, sin justificaciones. Cuando estás en la selva y todo el mundo está en la misma situación, y comienzas a ver que todos tenemos comportamientos similares, comienzas a revertir la manera de verte a ti misma y llegas a la conclusión de que uno critica de los demás lo que no quiere aceptar de sí mismo. Es una toma de conciencia que te obliga a cambiar. A partir de ese momento debes cambiar la relación contigo mismo y apagar el dedo acusador, dejar de juzgar.
–Usted desde el primer capítulo hace referencia a su obsesión por escapar. Me dio la sensación de que ese “proyecto” fue su motor para seguir viva.
–Si. Uno se despierta cada día y tiene un proyecto. Era también una estrategia para retomar el control sobre el presente. No sé cuándo nos van a liberar, si me van a negociar, pero yo me escapo. Yo soy dueña de mi existencia y yo me voy a escapar. Eso fue fundamental. Obviamente el proyecto de escapar me mantuvo, pero lo interesante no es el proyecto, es la razón para escapar. ¿Por qué yo tenía esa obsesión por escapar y los demás no? Mis hijos. La única explicación. Yo descubrí en la selva que a lo único a lo que realmente no podía claudicar, no puedo renunciar, es a ser mamá. Es lo más lindo que me sucedió en la vida y es lo único que no quiero perder.
–En uno de sus intentos por liberarse usted cuenta que, cuando la atraparon, sintió que Clara (Rojas, ex candidata a la vicepresidencia y compañera de cautiverio) estaba contenta. La secuestraron con una compañera de lucha, que tenía sus mismos ideales. ¿Qué pasó en la selva para que ustedes tomaran rumbos tan diferentes, tan enfrentados?
–Pienso que hay muchas razones para esa relación difícil. Una cosa básica fue el tema del espacio. Somos seres de espacio. Uno necesita que no lo toquen. Necesitamos espacio, y cuando no lo tienes, al principio, tú lo vives con generosidad, “aquí estamos, compartiendo”, pero, poco a poco, eso se va distorsionando. Y el problema es que uno reacciona. Tú aceptas unas reglas de juego en esa convivencia: ese es tu espacio, este es el mío. Y cuando por alguna razón se violan esas reglas, te sientes agredido y reaccionas a ese rompimiento de reglas, como una traición, como un ataque personal. Puede ser que no sea así, que la otra persona esté en su cuento, que no lo viva así. Uno, en una situación de cautiverio, se vuelve muy sensible. El silencio es un ataque pero una palabra también. Me di cuenta de que muchas cosas me ofendían, como saludar por la mañana y que no me contesten.
–¿Cómo se llega al extremo de ni siquiera saludarse?
–Creo que es una situación muy difícil. No queríamos estar ahí. Ninguna quería estar con la otra. Imagínate una colega, una colega con la que te entiendes, con la que podrías salir a almorzar, pero ahora te meten en la misma cama, juntas las 24 horas, y no tienen la misma forma de ser, ni los mismos proyectos de vida, ni la misma manera de hacer las cosas, y comienzan las reacciones extremas, que si no se hablan y no se procesan se vuelven muros de silencio. Creo que lo que nos sucedió fue muy humano.
–En Europa usted es una heroína y en América latina creo que estamos lastimados por su actitud que pareciera presuntuosa. ¿Es la prensa que tergiversa? ¿Estuvo mal asesorada? ¿Qué pasó?
–No. Soy yo, pero pongamos las cosas en perspectiva. Hablemos primero de lo que la gente llama demanda, aunque no es una demanda sino una solicitud de compensación, son actos jurídicos diferentes. En Colombia hay una ley que protege a las víctimas del terrorismo y es una ley que establece que las víctimas tienen derecho a una compensación. Compañeros míos, que han estado en cautiverio, liberados antes y después que yo, presentaron sus solicitudes de compensación y esto no es noticia para nadie. Cuando yo presento mi solicitud, se vuelve un monstruoso escándalo. El gobierno de Colombia, en voz de su vicepresidente, dice: “Ingrid es un monumento de ingratitud. ¿Cómo puede ella pedirle plata al gobierno que la liberó?”. Y añade: “Ella está acusando ante la Justicia a los soldados que la liberaron”, y a partir de ahí Colombia se vuelca en un ejercicio de lapidación pública en mi contra. Yo creo que a ningún colombiano lo han insultado, lo han difamado y criticado con el odio y la rabia con que lo han hecho contra mí. Esa compensación es un derecho establecido por la ley colombiana. Yo, de un momento para otro, me vuelvo una criminal, como si el hecho de acogerme a esa ley fuera un derecho para todos pero no para mí. Vayamos más al fondo. Dicen: “Ingrid Betancourt quiere hacerse millonaria con su secuestro”. A mí esa plata no me devuelve a mi padre, ni mis años sin mis hijos, no me devuelve nada, sólo una sensación de solidaridad de mi sociedad en relación con mi situación de víctima. Cosa curiosa, a mí me secuestran siendo candidata a la presidencia de Colombia. No me secuestran por ser ciudadana francesa y, curiosamente, el pueblo que a mi me defiende es el francés. Durante años, quienes estaban en el poder en Colombia sostenían, y era una opinión mayoritaria, que había que sacrificar a los secuestrados de hoy para que no haya secuestrados en el día de mañana. O sea que los secuestrados de mañana, que son una entelequia filosófica porque no son secuestrados, no son seres humanos, sólo una proyección en el tiempo, eran la razón para sacrificar las vidas de los que estábamos en la selva en ese momento. En Colombia, mi familia y la familia de otros secuestrados fueron agredidas, en las calles, señalados como apátridas, con miedo de salir a la calle o de hablar en público. Yo estaba en la selva colombiana, secuestrada, con una cadena al cuello cuando escucho: “Ingrid se hizo secuestrar, Ingrid quería hacerse secuestrar para subir en las encuestas, lo hizo porque es irresponsable, imprudente...”.
–Pero es cierto que usted insistió para ir al encuentro con las FARC en San Vicente. ¿No confió demasiado en su buena relación con la guerrilla?
–Yo no confié en las relaciones con las FARC. Cuando a mí me secuestran, el gobierno de turno reescribió la historia y yo no pude defenderme porque estaba secuestrada. Escuché decir: “Ingrid se expuso, le advertimos, se metió en la boca del lobo”. Recordemos lo que pasaba en ese momento: había una zona de distensión, que era para un proceso de paz con las FARC. Se rompe el proceso y el presidente dice: “Les doy 48 horas a las FARC para desalojar la zona”. Cuando yo me encuentro en ese sitio, tomo el avión para Florencia y de ahí planeo tomar otro a San Vicente, el mismo recorrido que haría el presidente ese mismo día en el helicóptero. Llego al aeropuerto, totalmente militarizado, y los militares me proponen tomar un helicóptero para San Vicente diciéndome que estaban haciendo el ida y vuelta y que podían llevarme. Finalmente esa propuesta se aborta por orden de la Presidencia de la República. Cuando me doy cuenta de que ya no se va a hacer, decido retomar el plan A e irme con los escoltas a San Vicente. Y me quitan la escolta. Le venden al mundo que la zona está bajo control militar, mientras que yo veo con mis propios ojos que la zona está militarizada. Cuando me secuestran y el gobierno se da cuenta de que la gente iba a preguntar por qué me sacaron la escolta, dicen que me expuse, que me metí en la boca del lobo. Yo no digo que el gobierno sea culpable de mi secuestro, pero no acepto que el gobierno diga que yo soy culpable. Usted me dice: “¿Qué ha pasado con usted?”. Pasó que he sido rehén de una campaña de difamación que empezó antes de mi secuestro. Porque soy una figura política, porque incomodo. Mi secuestro fue una bendición para la clase política colombiana.
–¿De verdad cree eso?
–Claro. Esa es la razón por la que no quiero volver a la política. Estoy en la selva, con una cadena amarrada del cuello a un árbol, siendo víctima de todo tipo de humillaciones por parte de los guardias que están frente a mí (llora), y estoy oyendo por la radio que yo estaba de amante de Alfonso Cano, que tenía un hijo de él, que me había vuelto guerrillera y que no quería volver (llora). Y yo pensando en mis niños, qué van a pensar mis hijos. Nunca más. No quiero volver a la política.
–¿Se va a quedar a vivir en Francia?
–No creo, porque en Francia todo es muy intenso. Y yo quiero estar en un sitio donde pueda estar más tranquila. Necesito tiempo para sanar mis heridas.
–¿Cómo se digiere que tanta gente cercana a usted la ataque, que escriban libros desmintiendo lo que usted dice en el suyo. Su ex marido, Clara Rojas, el emisario que negoció su liberación, compañeros de secuestro... ¿Leyó estos libros?
–Yo creo que no hay ningún libro que desmienta mi versión. Ellos escribieron sus libros antes. Ellos ya escribieron su verdad y mi verdad no contradice para nada la de ellos. Nada de lo que está en este libro es incierto. Aquí no hay nada que sea inventado. Todo es exactamente como sucedió.
–¿Hay cosas que decidió no contar?
–Muchas. Conscientemente decidí no contarlas. Lo que yo cuento en el libro es mi subjetividad. Lo que yo viví. No cuento la vida de los demás. No es un ejercicio de señalamiento ni juzgamiento de nadie. Porque soy consciente de mis propias debilidades, de mis fallas y de mis errores.
–¿Sigue en contacto con sus compañeros de cautiverio?
–Con todos. (Llora y decidimos terminar la entrevista…)
Fuente:
REFLEXIÓN del Plumudo: Ahora es la hija de la lágrima Ingrid, pero "¿SI QUERES LLORAR? LLORA!!!!!" .
Saludos rituales, Bocha.
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