Nuevas formas del viejo arte de la conversación[1]
La filosofía como ‘conversación’
Por Lic. Máximo Arbe.
Los filósofos que hemos hecho nuestra formación en las academias supimos relativamente hace poco tiempo que podíamos usar la palabra ‘conversación’ para referirnos a la ‘filosofía’. Fue la recepción de Richard Rorty la que nos hizo dar cuenta de ello.
En efecto, ya en 1990, en El giro lingüístico, Rorty nos decía que la filosofía progresa porque ningún filósofo puede resistir quedar fuera de la conversación. Los que leímos a Rorty con la misma curiosidad con que antes habíamos leído a Platón, Anselmo de Canterbury o Kant, nos hicimos cargo de su sugerencia acerca de reacomodar –no necesariamente abandonar- el lenguaje de los intelectuales[2].
Esta reacomodación del lenguaje nos llevó también a reacomodar nuestras ideas y nuestras prácticas. Comenzamos a vernos más como ‘lectores’ y ‘comentadores’ antes que como ‘expertos’ en una disciplina que cada cual definía a su manera, alimentando la sospecha rortyana de que no existe manera alguna de juntar a los pensadores de diversas tradiciones en una empresa común llamada ‘filosofía’ con una historia continua[3].
Como remodeladores de nuestras prácticas intentamos una experiencia de inserción y de divulgación que a fines de 1996 configuró un café filosófico[4]. La experiencia fue muy bien receptada, aunque mostró la dificultad de la formación académica para entablar diálogos con el léxico vulgar.
La filosofía actual, por diversas circunstancias, es casi exclusivamente académica. A un profesor o licenciado en filosofía que decida vivir de su profesión, sólo le queda trabajar como docente o como investigador. Y nada más. Escribir libros puede ser también un trabajo filosófico pero muy pocos filósofos tienen éxito como escritores. Supongo que esto se debe a que escriben desde y para la academia, la cual, por otra parte, generalmente no los lee, porque parece ser norma de intelectualidad no leerse entre pares coterráneos y contemporáneos. Se considera que la interacción suscitada por la asistencia a los congresos es la máxima interacción posible entre pares. Escucharse es suficiente. Pero ese ir y venir de la facultad a los congresos mediante papers se transforma en un circuito cerrado en torno a una jerga y unos problemas que cada vez más son el lenguaje y los problemas de nadie.
Por otra parte, los dispositivos político-educativos priorizan la formación hiperespeciliazada en temas cada vez menos relevantes para la gente común. Los programas de becas e incentivos no sólo han contribuido a esta formación sectaria, sino que también han dado lugar a una generación de filósofos meteóricamente ultratitulados carentes de toda experiencia que no sea la de saber recostarse donde mejor los premian.
En medio de tanta superprofesionalidad, a muchos filósofos académicos no les gustó el desparpajo con que Rorty presentaba la historia y los problemas de la filosofía. Sus declaraciones acerca de que no pretendía una crítica radical de la cultura y que su filosofía simplemente recopilaba recordatorios y sugería posibilidades[5], les pareció que diluía la filosofía al considerarla un género literario más, desustantivizado, al lado de la ciencia, de la literatura, del arte o de la política. La palabra ‘conversación’ les sonaba demasiado simple para nombrar una actividad que muchos de ellos consideran ajena a la vulgaridad y que ni siquiera gustaban de llamar profesión.
Sin embargo, la relectura de textos clásicos nos muestra que ya en la antigüedad se usaba la palabra ‘conversación’ para referirse a la ‘filosofía’.
Jenofonte nos relata que tanto lo que hacían los sofistas, como lo que hacía Sócrates era ‘conversar’:
¡Oh, Sócrates! –dice el sofista Antifonte- yo creo que eres justo pero en modo alguno sabio; y me parece que tú mismo lo reconoces al no cobrar retribución alguna por tu conversación. Sin embargo, a nadie entregarías gratuitamente, o por menos de su valor, tu abrigo, tu casa u otra cosa que te pertenezca. Es claro, pues, que si atribuyeras algún valor a tu conversación también por ésta cobrarías una retribución que no fuese inferior a su justo precio. Se te podrá, entonces, llamar justo ya que no engañas por avidez, pero no sabio, ya que lo que conoces nada vale[6].
Diógenes Laercio –ese relajado transmisor de las formas de vida de los filósofos griegos- también nos relata una serie de anécdotas en las cuales la filosofía aparece indiferenciada de la conversación. Nos dice, por ejemplo, que Aristipo respondió una vez que lo que había aprovechado de la filosofía era el poder conversar con todos sin miedo; que Aristóteles no se extrañaba de que se conversara más largo tiempo con los muchachos hermosos; que Antístenes captaba a cualquiera con la elegancia de su conversación o que Pirro, harto ya de tantas preguntas que le hacían, se echó al río Alfeo y lo cruzó a nado, abandonando la conversación[7].
Asimismo, una simple confrontación de distintas ediciones de las páginas iniciales de la República y del Banquete, ambos de Platón, muestra como algunos traductores prefieren la expresión ‘discurso filosófico’ donde otros simplemente traducen ‘conversación’ [8].
La filosofía como ‘arte de vivir’
Hay que reír al mismo tiempo que filosofar y también atender los asuntos domésticos y mantener las demás relaciones, sin cesar nunca de proclamar las máximas de la recta filosofía.
Epicuro, Exhortación 41
Si ya en sus orígenes la filosofía se consideraba una ‘conversación’, no menos cierto es que también se la consideraba como un ‘arte de vivir’, es decir, como una actividad no académica que tenía como protagonista al propio filósofo pero también al común de la gente.
El cuidado del alma, el cultivo de la virtud, la búsqueda del autoconocimiento y de la felicidad, son todas expresiones de la fórmula eu práttein que significa al mismo tiempo ‘obrar bien’ y ‘estar bien’.
Esta orientación ética de la filosofía se transmite desde Sócrates a todas las escuelas de sus discípulos y es retomada por las escuelas postaristotélicas que exigen un retorno a Sócrates. Ciertamente que todas las escuelas socráticas, mediatas e inmediatas, se orientan en direcciones distintas y en parte opuestas, pero todas proceden de la concepción socrática de la filosofía como camino de vida y de su preocupación, tanto por el ideal del sabio –ideal de autoconciencia y autodominio espiritual- como por un conocimiento de la verdad vinculado al ejercicio de la virtud y del bien[9].
Posiblemente sea Epicuro el filósofo en quien más claramente puede encontrarse la idea de la filosofía como conversación terapéutica. Para Epicuro nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para estudiar la filosofía porque ésta se encamina a conseguir la salud del alma, en consecuencia, para ser felices, nunca es temprano ni tarde[10]. También afirma Epicuro que la filosofía es vana e inútil si no sirve para curar los sufrimientos del alma[11] y que hay que curar los males presentes con el recuerdo agradable de lo que terminó y con la conciencia de que no se puede cambiar lo que ya ha sucedido[12].
Epicuro muestra abiertamente una forma de filosofar no académica y no liceica, si se permite el adjetivo, al crear un nuevo espacio, el jardín, alejado tanto de los intereses políticos como de las pretensiones científicas.
Posteriormente, este carácter terapéutico de la filosofía fue perdiendo lugar frente al fortalecimiento de los dispositivos epistémicos de la voluntad de teorizar de las técnicas pastorales, primero, y de las disciplinas médicas, después. La filosofía práctica terminó por ser entendida como la ocupación de la filosofía en cuestiones morales o políticas únicamente. En el siglo XX, el existencialismo, el marxismo, la filosofía analítica de corte no cientificista y el pragmatismo han tenido diversos intereses en desarrollar una filosofía práctica. Sin embargo, lo que hoy se llama filosofía práctica no deja de ser una disciplina más de la filosofía teórica y se ha vuelto tan academizada como cualquier otra rama filosófica.
Los cafés filosóficos y la consulta filosófica
Los cafés filosóficos surgieron en París a principios de la década de los 90, insertados en la tradición existencialista francesa, y se difundieron rápidamente por varios países de Europa y América. En nuestro país existen en todas las grandes ciudades[13]. Consisten en reuniones periódicas coordinadas por filósofos en las que se tratan diversos tópicos que pueden ser ofrecidos en el momento o preacordados.
En los cafés tradicionales el filósofo inicia la conversación mediante una disertación que luego se abre al debate. En otros casos, la función del filósofo es más bien de coordinador y animador de la conversación.
No necesariamente se requiere que el lugar sea un café, a veces es conveniente hacer el café filosófico en lugares más íntimos. Tampoco es necesario que se tome café, podría tomarse cualquier otra bebida y comer algo también. Hasta es posible que sea necesario preservar el derecho de fumar, sea en ámbitos privados o bien en encuentros al aire libre.
En cualquier caso, la idea del “café filosófico” no radica en estas modalidades circunstanciales sino en la modalidad fundamental de filosofar habitualmente mediante un lenguaje accesible con el propósito de contribuir a enfrentar y resolver los problemas de la vida cotidiana.
La consulta filosófica, por su parte, resurge en Alemania en la década de los 80 y tuvo una rápida expansión por los países del primer mundo. En la consulta, que puede ser individual, grupal o institucional, el filósofo facilita la reflexión sobre problemas que el consultante plantea. La función del asesor o consultor filosófico no es muy diversa de la del coordinador de un café, aunque por su misma naturaleza, la asesoría o consultoría demanda del filósofo una particular aptitud para escuchar, observar, evaluar y responder adecuadamente.
En el ámbito individual, se ha insistido en sostener la incumbencia de la consulta filosófica para todos aquellos problemas que pueden catalogarse como ‘malestares’ -que no necesariamente son ‘trastornos’- y, en general, para ayudar al consultante a rever su sistema de creencias, las actitudes y los hábitos si fuera el caso.
En el caso de los grupos y las organizaciones el consultor filosófico está capacitado para desempeñar dos funciones concretas que a menudo no son muy tenidas en cuenta: La moderación del diálogo en procesos de toma de decisiones por consenso genuino y la asesoría ética. La empresa como paradigma organizacional de nuestra época y el líder empresarial como modelo ético postmoderno pueden ser consultantes habituales del filósofo.
De cualquier modo, bajo la idea de la filosofía como conversación, la intervención del filósofo no debe ser la de un disertante magistral[14]. Tanto en el café como en la consulta, la conversación tiene siempre un componente de imprevisión y carece de un lugar conclusivo prefijado como punto de llegada.
Toda conversación es por sí misma ‘racional’, al menos en el sentido defendido por Paul Grice en tanto la conversación es el resultado de esfuerzos de cooperación y de un cierto reconocimiento por partes de los participantes de una dirección en que transcurre la conversación[15]. Sin embargo, se suele creer que una conversación es filosófica si, además, los participantes hacen un uso expreso e intencionado de su facultad de pensar, fundamentan racionalmente sus opiniones, advierten los supuestos e implicaciones de sus afirmaciones, e incluso, si fruncen el ceño, apoyan la barbilla en el puño y miran sesgadamente.
De esta manera, los filósofos académicos han convertido la conversación filosófica en batallas argumentales y han sustraído el pensar hasta creer que sólo algunos pueden pensar.
Conversar es parte de la variedad de conductas intencionales y racionales que habitualmente hacemos y pensar es una actividad que puede llevarse acabo en una conversación sin mayores requisitos. Si se conversa y se piensa ya estamos en la filosofía. Nada más alejado de esta idea de filosofía que las imágenes del cuadro Filósofo en meditación de Rembrandt o de la escultura El pensador de Rodin.
En la conversación, -justamente porque se observa el principio de cooperación y ciertas pautas mínimas- se puede cambiar de tema, volver a un tópico anterior y concluir cortésmente cuando se acaban las ganas.
Bibliografía de referencia
-Cortina, Adela: Ética empresarial. Claves para una nueva cultura empresarial, Trotta, Madrid, 2000.
-Foucault, Michel: La voluntad de saber, volumen 1 de Historia de la sexualidad, Siglo Veintiuno, México, 1977. También: Nacimiento de la clínica, Siglo Veintiuno, México, 1966 e Historia de la locura en la época clásica, 2 vol., Fondo de Cultura Económica, México, 1977.
-Freud, Sigmund: Malestar en la cultura, Obras Completas vol. 17, Orbis-Hyspamérica, Buenos Aires, 1993.
-Grice, Paul: “Logique et conversation” en Comunnication, vol. 30, 1979.
-Kreimer, Roxana: Artes del buen vivir. Filosofía para la vida cotidiana, Anarres, Buenos Aires, 2002.
-Marinoff, Lou: Más Platón y menos Prozac, B, Barcelona, 2000; y Pregúntale a Platón. Cómo la filosofía puede cambiar tu vida, B, Barcelona, 2003.
-Rorty, Richard: Contingencia, ironía y solidaridad, Paidós, Barcelona, 1991. También: “La belleza racional, lo sublime no-discursivo y la comunidad de filósofas y filósofos”, en Logos. Anales del Seminario de Metafísica, 2001, 3.
-Ryle, Gilbert: El concepto de lo mental, Paidós, Bs. As., 1967.
-Savater, Fernando: Las preguntas de la vida, Ariel, Barcelona, 1999.
[1] Publicado en las XIII Jornadas de Teología, Filosofía y CC. de la Educación, Córdoba, mayo de 2006; enviado a las II Jornadas Internacionales de Filosofía, editorial Novedades Educativas, Bs. As., agosto de 2006.
[2] Arbe, Máximo: “Los intelectuales latinoamericanos, el lenguaje y la praxis política”, monografía, U.N.C., Cátedra de Metafísica II, 1996. Cf. R. Rorty: Los intelectuales ante el fin del socialismo, en T. Abraham y otros: Batallas éticas, Nueva Visión, Buenos Aires, 1995.
[3] R. Rorty: “Veinte años después” en El giro lingüístico, Paidós, Barcelona, 1990.
[4] Se llamaba “Tonos de filosofía” y funcionó en Tonos y toneles de la ciudad de Córdoba.
[5] Cf. Ensayos sobre Heidegger y otros pensadores contemporáneos, Paidós, Barcelona, 1993, p. 22.
[6] Citado en R. Mondolfo: Sócrates, Eudeba, Bs. As., 1965, p. 12.
A la interesante respuesta de Sócrates sobre la prostitución de los sofistas que venden su sabiduría por dinero, conviene contraponer la silenciada referencia de Diógenes Laercio que afirma que Sócrates era muy cuidadoso en juntar dinero: dándolo a usura, lo recobraba con aumento. Por otra parte, también nos dice este Diógenes que Aristipo fue el primer discípulo de Sócrates que enseño la filosofía por estipendio y que con él socorría a su maestro. (Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres, Porrúa, México, 1991).
[7] D. Laercio: Vidas ..., o.c. Cf. los filósofos citados.
[8] Por ejemplo, la edición de Gredós del Banquete traduce ‘discursos filosóficos’ donde la traducción de Sarpe traduce ‘conversación’.
[9] R. Mondolfo: Sócrates, o.c., p. 135.
[10] Cf. Epicuro, “Carta a Meneceo” en Obras, Altaya, Barcelona, 1998.
[11] Frag. 221 en Usener, citado por R. Mondolfo en El pensamiento antiguo II, Losada, Buenos Aires, 1942.
[12] Exhortación 55, en Obras, o.c.
[13] En Internet aparecen 11.200 entradas de la expresión ‘café filosófico’ sólo en páginas de Argentina.
[14] Esta es la posición que sostengo en el proyecto de filosofía “Conversaciones para andar la vida” juntamente con las colegas Adriana Barrionuevo y María del Rosario Dosio.
[15] P. Grice: Lógica y conversación, o.c. en la bibliografía de referencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario