Por Marcelo Polakoff (Rabino de la comunidad judía de Córdoba y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana; integrante del Comipaz).
(foto del diario la reforma)
“El que no llora no mama y el que no afana es un gil”. Pocos textos han logrado plasmar con tanta precisión y crudeza la psicología social de nuestro país. Muchos tangos, sin embargo, lo han hecho, y esta preciosa cita del inagotable Cambalache , de Enrique Santos Discépolo, es una evidencia más de cómo somos los argentinos, tal vez demasiado categóricos, tal vez demasiado tajantes.
Hay quienes atisban en este singular carácter de nuestra idiosincrasia un dejo de virtud, sospechando que ser pasional es bueno en sí mismo, sin sopesar (tal vez por la misma deformación de base) que la vehemencia y el ardor –en diversas ocasiones– también pueden ser sinónimo de una invitación a lo violento.
Sería iluso querer dejar de lado la pasión cuando de un romance se trata o pretender que hay que sofrenarla cuando se está saltando al ritmo de algún cántico en la “popu” de cualquier cancha. Pero no nos hallamos en ninguno de esos ámbitos.
Sucede que lo terminante, llevado a su extremo -disculpen la tautología- es casi siempre falso, porque peca de un exceso de simpleza. ¿O acaso es verdad que el que no llora no mama y el que no afana es un gil? Que un bebé tome la teta, no es únicamente resultado de su llanto, por más obvio que suene, y a la vez es más que evidente que la mayoría de aquellos que no afanamos tampoco somos giles.
Ahora bien, en este formato del candor argentino en el que venimos pululando, algo tan atroz como el atentado a la mutual israelita Amia y su retardada búsqueda de justicia han caído, lamentablemente, en aquella tan vapuleada ecuación. Y más allá de los cómo, los quiénes y los por qué, se ha llegado a tan deplorable estación. No deja de entristecerme y preocuparme el escenario en el que transcurre la decisión del Congreso de acompañar o no el memorando que firmaran en Etiopía los cancilleres de Argentina e Irán.
No me detendré aquí en lo poco serio de su armado secreto, en lo inconducente que parece y en la ingenuidad que lo sustenta, ya que eso es harina de otro costal. Mi intención es apenas susurrar que una vez más el maniqueísmo más extremo se ha adueñado de la escena. Y uno tiene que golpearse la cabeza un par de veces para saber si está despierto o no cuando, por un lado, parece sugerirse que oponerse a este memorando es casi igual a querer derrocar al Gobierno nacional, y por otra parte parece insinuarse que el mismo Gobierno es prácticamente cómplice del atentado por sentarse a dialogar con el régimen que tiene a varios de sus dirigentes sospechados de haber participado en su realización.
¡Ni una cosa ni la otra, por favor! ¡Un poco de moderación, muchachos! Tanto blanco o negro nos deja a todos descoloridos. Y por si fuera poco, como casi siempre, ante tamaños desatinos no faltan las voces de algunos miserables que –aprovechando el río revuelto– dejan caer consignas que ya parecían superadas o que no resisten el más mínimo análisis.
Es tan obtuso sacar a luz la condición judía de Timerman para acusarlo de tal o cual cosa, como argumentar que el apoyo generalizado a Israel de la comunidad judía (con el consecuente desprecio al régimen iraní por negar el Holocausto y a la vez difundir fervientemente el odio al Estado y al pueblo judíos) menguaría en algo la “argentinidad” de sus miembros. ¿O acaso alguien dudaría del patriotismo de nuestros tanos autóctonos cuando defienden a ultranza –como obviamente corresponde– a su querida República de Italia?
Soy consciente de la flaqueza de mis argumentos, pues tengo bien claro que hace largo rato que la moderación no está de moda por estos pagos. Aun así, quienes portamos alguna autoridad desde las tradiciones religiosas debemos intentar que, justamente en los tiempos de mayores antagonismos y convulsiones, se escuchen con mayor volumen la voz de la mesura, el clamor de la prudencia y los llamados a la moderación. Mientras se sigan oyendo otro tipo de mensajes, corremos el peligro de perder el foco de lo que está en juego, que es nada menos que la justicia para los asesinos de las 85 víctimas de la Amia.
No seamos giles, porque podemos terminar llorando.
Fuente: http://www.lavoz.com.ar/opinion/amia-giles-oda-moderacion
Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.
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