Sólo quiero decirte que, a mi modo, te acompaño -en la
distancia o en la proximidad- envolviéndote de esta silenciosa y secreta
manera. Una soledad habitada será la fiel compañera de tu ausencia, transitando
los destierros del corazón. Como un náufrago en el mar, arrojaré mi mensaje en
una pequeña botella, esperando un vestigio de que mi señal haya llegado hasta
las manos de aquél que me pueda rescatar de mi naufragio. Como todos los
actos gratuitos de verdadera entrega se debe esperar casi no esperando, esperar
sin inquietud, ni ansiedad. Sólo así no se desespera. El silencio es también
una respuesta a nuestras preguntas. Siempre es hermoso acercarse y contemplar
el mar, tanto cuando habla como cuando calla. Hay que aprender a escuchar sus
secretos en el sonido acuoso de sus líquidas entrañas.
Cuando peregrines los exilios de mi ausencia, alguna vez,
me nombrarás y allí estaré, pareceré lejano, distraído o derrotado pero, en
verdad, seré invencible. El tiempo y la distancia no habrán podido. De nosotros
depende que la ausencia sea un don elocuente de relación y comunicación. Yo no
tengo promesas; sólo tengo un corazón para dar. He bendecido cada uno de los
días que te serán regalados y de los cuales no podré ser testigo. La presencia
que se nos ha dado, forma parte de la ausencia que vendrá. Cuando tu ausencia
sea mi adviento, sabré que estarás llegando. Dios nos mostrará el modo que
tendremos para acompañarnos porque siempre "renace
el amor filtrándose por los huecos que urdió la ausencia” (Ulises Naranjo). [1]
La ausencia, como la muerte, nos revela cuánto significan
las personas amadas cuando no las tenemos: ¿Qué importa la distancia, si cierro
los ojos y ya no hay fronteras?; ¿Qué importa la ausencia, si abro mi corazón y
me florecen vivos los recuerdos?; ¿Qué importa todo lo que me duele, si al
tocar la herida de mi alma todavía hay sangre para muchas gotas más?
La ausencia dejará algún resquicio para permitirle al
amor que siga respirando y así consiga seguir viviendo. Toda la distancia vale
un solo lugar. Todo el tiempo vale un solo momento. Toda la ausencia vale una
sola presencia. Todo lo que hacemos vale un solo latido. Todo el mundo vale una
sola persona. Todo el amor vale un solo nombre.
[1] Diario «El Altillo». Mendoza, 18. 09. 94;
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Fuente: Eduardo Casas
Buenas rutas, Bocha... el hijo.
2 comentarios:
Andrea Arraigada
esta muy bueno y acertado, me gustó mucho!
Lonewolf Altamirano
hermoso, lo comparto!
Gabriela Viviana Pirillo Hermoso!!!!!!!
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