Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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miércoles, 19 de enero de 2011

Teología de la Plusvalía

Por Sergio B. Szpolski*

El 24 de agosto de 1867, Marx le envía a Engels una carta desde Londres en la que le expone en pocas líneas un resumen de El Capital, su obra magna. Allí le expresa lo que todos sus exégetas han calificado como la gran revolución del pensamiento marxista: la plusvalía es el concepto central en la revolucionaria cosmavisión económica que propone el economista alemán. Dice Marx con sus propias palabras: "Lo mejor que hay en mi libro es: 1) haber demostrado desde el primer capítulo el doble caracter del trabajo según se exprese como valor de uso o de cambio [...] y 2) haber analizado la plusvalía independientemente de sus formas particulares, la ganancia, el interés, la renta inmobiliaria, etc.".

La plusvalía es el gran descubrimiento. Un trabajador puede producir bienes por más de lo que cuesta mantenerlo para que los produzca. Es decir que el valor de cambio del trabajador representado en lo que cuesta para reproducirse es inferior a lo que el propietario del medio de producción puede obtener por el valor de uso de ese trabajador que es igual a lo que es capaz de producir por su trabajo. Los dueños del capital se apropian de esa diferencia y es así como se producen los procesos de acumulación que se llevan adelante por medio del diferencial de incremento del capital. La diferencia entre lo que produce el obrero y lo que le cuesta al capitalista mantenerlo con vida para que pueda seguir produciendo es la plusvalía su grado de amplitud dará como resultado el grado de explotación.

Muchos años antes que Marx, Rabí Menajem Mendel de Kotz había establecido que la pegunta básica de la ética judía no era qué es lo que uno debe hacer con el primer pedazo de pan sino que el verdadero dilema moral radica en qué es lo que hacemos con el segundo pedazo.

Una teología de la plusvalía nos obliga a recordar que los hombres hemos sido creados a imagen y semajanza de Dios, lo que no quiere decir que nosotros tengamos ojos porque Dios los tiene sino que por el contrario como Dios es sagrado cada hombre conserva para sí una dimensión de sacralidad.

Esa sacralidad que los textos bíblicos establecen en la persona también la proyectan hacia otra coordenada de la existencia: el tiempo. Todo el texto bíblico está repleto de ejemplos en los que el tiempo cobra una propiedad sagrada que lo acerca a la Divinidad. Frente a decenas de tiempos establecidos como sagrados, son escasos los eejmplos en que la Biblia le otorga esta categoría a las cosas materiales o inclusive al propio territorio en el que se asentaron las 12 tribus de Israel.

Persona y Tiempo son sagrados en sí mismos mientras que la materia no lo es a menos que los hombres y las mujeres que transcurren sobre ella en un tiempo determinado la transformen en sagrada por medio de si acción.

Esta particular distinción entre Persona y Tiempo por un lado y materia por el otro ordenan las coordenadas de la sacralidad de modo tal que a los ojos de Dios todas las personas tienen el mismo valor y el tiempo de cada una de esas personas no puede con facilidad escindirse entre un valor de uso, un valor de cambio y una diferencia entre ambos.

Es diferente la categoría teológica que tiene la materia que produce las personas en el uso de su tiempo.

Ese producto no goza de la sacralidad que poseen el hombre que la produjo y el tiempo que fue producida. La plusvalía es pues una categoría secular mientras que el obrero en tanto persona en dimensión temporal tiene una categoría sagrada y el tiempo que invierte en su trabajo también lo es.
Trabajo, en el hebreo bíblico, se dice avoda. La raíz de la palabra remite al verbo que asimismo conforma la palabra esclavitud. Pero como casi todo lo que trancurre en el pensamiento bíblico, también la raíz de hvd (origen de la palabra trabajo y la palabra esclavo) permanece en una tensión superlativa entre polos opuestos que buescan el equilibrio. Es por ello que la misma palabra avoda, que como dijimos significa trabajo y remite al verbo de la esclavitud, es la misma que el texto bíblico del Levítico utiliza para describir la odaración de Dios y la tarea de los sacerdotes en los tiempos sagrados de las festividades en el templo de Jerusalén.

El trabajo es pues para la teología una actividad que en los orígenes se remonta a la esclavitud pero que en la utopía aspira a la sacralidad. El trabajo en que el obrero aporta su tiempo no puede desde esta perspectiva ser considerada un proceso de acumulación en el que otro se queda con todo lo producido. Eso no es el concepto que la Biblia tiene de lo sagrado. Por lo tanto lo sagrado KDSH es la esencia mismo de lo divino y lo divino que hay en cada hombre no puede ser apropiado por otro. La primera vez que el texto bíblico utiliza la palabra sagrado es cuando Moisés se enfrenta a Dios representado en la zarza que arde en fuego. Como el fuego, lo sagrado puede encender otros fuegos sin apagarse él mismo. Por ello la mercancía es producto de lo sagrado, no puede consumir al trabajador en su producción sino que debe reforzarlo y no sólo reproducirlo. La plusvalía es profana en todo el sentido de la palabra si la sociedad no encuentra un modo de equilibrar las cargas y logra que una parte de ese "supertrabajo", como o llama Marx, regrese a la sagrada persona que la genró.

Hay pocos mandamientos que se pueden encontrar en el texto bíblico en lo que a las relaciones laborales se refiere. Pero uno de ellos acota con claridad el modo en que el trabajador puede ser despojado de los frutos que produce en demasía. Se trata del versículo bíblico que obliga al patrón a pagar la jornada en forma diaria  y prohíbe tan siquiera el atraso del pago en una noche. Es así como la plusvalía que deviene del tiempo de pago retrasado (hasta el día de hoy es tan evidente que los jornales mensuales generan plusvalía financiera para el capitalista en función, por ejemplo, de la inflación o las tasas bancarias) está absolutamente prohibida por Dios en el texto bíblico.  

Otro mandamiento vinculado a la propiedad de la plusvalía es el que dicta el jubileo de tierras cada 50 años. En el contexto de la visión económica bíblica, cada cinco décadas todas las tierras debían volver a sus propietarios originales, lo que sin abjurar del principio de propiedad privada limita la acumulación del terrateniente producto del endeudamiento de los pequeños productores o las pérdidas producidas por las variaciones climáticas. Desde esta perspectiva los medios de producción, factor fundamental en la creación de plusvalía a favor del capitalista dueño de esos medios, no es una propiedad privada en el estricto sentido de la palabra sino una concesión divina que el hombre utiliza para su subsistencia. Basta virar la vista hacia el pasaje de los Salmos que recitan por igual judíos y cristianos: "La tierra y todo lo que ella posee es propiedad de Dios". La propiedad privada es una administración temporaria, por lo cual su incidencia en la apropiación de la plusvalía no puede ser absoluta, pues la posesión de los medios de producción , es decir el aporte capital, no se le puede atribuir linealmente a los hombres que los administran circunstancialmente en nombre de Dios. La argumentación neoliberal que permite la apropiación legítima del total de la plusvalía apoyada en que el capitalista pone de su riesgo sus medios de producción es a los ojos del pensamiento bíblico una verdad a medias. Por su puesto que tiuene derecho a una parte pero una parte no significa todo. Con la aparición del concepto de propiedad divina, la propiedad adquiere un carácter social que debemos analizar, pues no sólo la propiedad tiene ese carácter sino los objetos producidos en el encuentro entre los trabajadores y los medios de producción también lo tienen. de todos modos vale la pena señalar que en ese encuentro el trabajador y el capital no se encuentran en igualdad de posiciones frente a la negociación jurídica. Como escribiera Max Weber, "el derecho formal de un obrero a suscribir un contrato cualquiera con cualquier empresario no significa en la práctica, para quien busca trabajo, la menor libertad en la configuración de sus propias condiciones de trabajo". Por ello es importante describir el contexto en el que se forja este encuentro y este "acuerdo" para discurrir de allí las consecuencias teológico-morales que ese mismo contexto le otorga.

Para completar este análisis es posible recurrir a uno de los textos básicos de Hannah Arendt. En su libro La condición humana incorpora un concepto que nos ayuda a iluminar la particular situación de la plusvalía. En el capítulo dedicado al trabajo, Arendt advierte que el momento en que el homo faber inicia la producción de objetos de uso que no sólo garantizan su supervivencia sino que los coloca en el mercado de cambio, estos entran en la esfera pública y es esa esfera pública la que los inviste de valor. Vale decir que si los objetos son investidos de valor por la esfera pública o en terminos teológicos por la "comunidad sagrada" (así se refiere el judaísmo a la vida social-comunitaria) o por la ecclesia (así lo hace el cristianismo), adquieren desde la perspectiva teológica otra consideración. En palabras de Arendt, "valor es la cualidad que una cosa nunca puede tener en privado. Este valor consiste solamente en la esfera pública [...] y ni la labor, el trabajo, el capital, el beneficio o el material conceden tal valor a un objeto sino sola y exclusivamente la esfera pública donde aparece para ser estimado, solicitado o despreciado".

Así pues si la comunidad, que en las visiones monoteístas tiene un carácter sagrado, fija los valores de cambio de lo producido, también debe ella arbitrar a la hora en que la plusvalía debe ser distribuida. El aporte bíblico que no niega la propiedad privada  pero que desde distintas  perspectivas le pone límites a su voracidad  no conocía un concepto como el de la plusvalía pero una vez que Marx revela la profundidad  de ese mecanismo y a la luz de esa teología, nos es lícito afirmar que aunque el proceso de generación de plusvalía  no está expresamente condenado por los textos bíblicos , no cabe duda d e que la distribución de esa plusvalía o, lo que es lo mismo  su propiedad deben ser motivo de debate e intervención de una comunidad organizada.

Para ello es imprescindible que los actores sociales participen en la construcción de Estados democráticos que puedan desde la fortaleza de la legitimación colectiva arbitrar en el mercado la distribución de las ganancias.

Esto requiere un proceso que rompa la alienación -el otro concepto que conforma Marx junto a la explotación y la plusvalía- a la que han sido arrojados los ciudadanos al ser incorporados en un eterno círculo  de trabajadores/consumidores que deja poco tiempo para la reflexión, el análisis y la participación.

El versículo bíblico "no sólo de pan vive el hombre" ha sido utilizado durante generaciones por los sacerdotes de uno y otro culto al servicio de las clases dominantes para que los más desamparados rezaran en lugar de pensar. Pero el verdadero significado de ese versículo es que no sólo de pan vive el hombre sino que además debe orar, reflexionar, pensar, participar y luchar para que una y otra vez Jesús reproduzca en su beneficio más panes y más peces o Moisés condene con vehemencia a los que en el desierto recogían más maná que la necesaria para vivir con comodidad.
Una teología de la plusvalía puede resumirse entonces en cinco puntos: 
1. El hombre y su tiempo son sagrados.
2. los medios de producción son adminsitrados por el capitalista pero no son de su absoluta propiedad, la que conserva su carácter divino.
3. La mercancía, vale decir lo producido en el encuentro del trabajador, su tiempo y los medios de producción, no tiene carácter sagrado y adquiere su valor en el marco de una comunidad sagrada.
4. La plusvalía que surge de ese valor debe ser distribuida con la participación de esa comunidad sagrada.
5. Aquello de lo que "vive" (la reflexión, la oración, la participación y la acción) el hombre es precisamente lo que le permite garantizar de lo que "no sólo vive": su pan.

* Cursó sus estudios de Sociología en la UBA. Es Master en Filosofía del Jewis Theological Seminari de Nueva York y cursó estudios de posgrado en "Educación y religiones comparadas" en el Programa Jerusalem Felloows de la Universidad Hebrea de jerusalén.

Fuente: Revista veintitres, jeves 9 de agosto de 2007; pág 32 ss.

Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos , un "Ave María Purísma" o "Shalom", Firme y Digno,  Bocha... el sociólogo.

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