Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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jueves, 25 de abril de 2013

Delfos, el lugar desde el que hablaban los dioses



Ruinas del templo de Apolo en la ladera oriental del monte Parnaso, Grecia

Se dice que el rey Creso de Lidia, cuando se dispuso a contestar las ansias expansionistas del monarca persa Ciro II el Grande, mandó a varios enviados a depositar una ofrenda al santuario de Delfos y a preguntar al oráculo por los designios divinos sobre su próxima expedición militar. Estos, de regreso a la capital, Sardes, le comunicaron a su rey con alegría que, según se les había comunicado en el templo de Apolo, si movilizaba a sus tropas acabaría con un gran imperio. Animado por aquellas palabras y creyendo que el imperio que caería sería el persa, el monarca movilizó a un ejército de caballería con la flor y nata de sus tropas de élite y se dispuso a cruzar el río Halys, frontera natural occidental de sus dominios. Nada más traspasar el cauce, presumiblemente en el verano del 547 a.n.e., fue masacrado por el ejército de Ciro y sus invencibles unidades de jinetes en camello. La predicción se había cumplido, aunque no como Creso había imaginado, ya que fue su imperio, el lidio, el que sucumbió en pocos meses al enorme contingente del emperador aqueménida. Ésta es, muy probablemente, la anécdota más conocida en la que se haya visto implicado el oráculo de Delfos, clara muestra del prestigio que llegó a tener este santuario en el mundo griego y aún más allá de él, así como del gran peso político de sus pronósticos. No obstante, a mediados del siglo VI a.n.e. era ya un vetusto lugar sacro con una larga tradición a sus espaldas.

El oráculo délfico no fue, ni mucho menos, el único del mundo griego, aunque sí el más popular y respetado pues, por lo que se puede leer en las fuentes de la época, el grado de acierto de sus predicciones era muy notable. Gracias a Plutarco, que sirvió durante 31 años como sacerdote del gran templo de Apolo, sabemos cómo se desarrollaba el ritual de la adivinación. Todo el peso de la ceremonia recaía sobre la figura de la pitia o pitonisa, una mujer generalmente de mediana o avanzada edad que era elegida por llevar una vida recta y ejemplar; no obstante, según algunas fuentes el nombre de la primera pitia o adivina délfica era Sibila, motivo por el que estas profetisas también pasaron a recibir dicho apelativo. Ella era la encargada de transmitir las respuestas del oráculo que supuestamente recibía en estado de trance del mismísimo Apolo.

Fuente: Revista Memoria, Historia de cerca nº XXVIII
www.revistamemoria.es


Saludos rituales, Bocha... el sociólogo.

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