Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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martes, 10 de julio de 2012

"Mi porfiada esperanza es que un mundo mejor es posible"

Mónica Vago trabajó en el Colegio San José casi 30 años. Allí se ensayaron voces críticas en un contexto de silencio. Luego llevó a la práctica las convicciones cristianas.

Consecuente. Mónica Vago llevó a la práctica el aire renovador que trajo el Concilio Vaticano II. Desde 1991, trabaja para el comedor Sal y Luz (Raimundo Viñuelas).

Ricardo, su papá, hijo de franceses de Lyon, era un hombre de convicciones personales profundas y marcado compromiso social. Filatelista apasionado, unos 60 años atrás, escribía en el anverso de las cartas que remitía: “Las Malvinas son argentinas”. Trabajó como maestro en el colegio San Francisco Solano, de Rosario, aunque estuvo cuatro años sin cobrar el sueldo por no aceptar la imposición de afiliarse al peronismo. Durante ese tiempo, se ganó la vida tocando el violín en eventos religiosos en su parroquia.
Nélida, su mamá, descendiente de españoles de Castilla la Vieja, era tenaz y laboriosa. “Para respaldar a mi padre en sus ideas, solía decir que, de ser necesario, cuando en la huerta de los sacerdotes hubiera habas tiernas, comeríamos habas tiernas; y cuando hubiera duras, las comeríamos duras”, recuerda con emoción Mónica Vago (65).
Dice que ellos marcaron a fuego esa impronta en su destino, que asume con orgullo. “He tratado de ser consecuente hasta con el lugar y día de mi llegada al mundo”, plantea con humor. Se refiere a su nacimiento, en Rosario, cuna de la Bandera, el 20 de junio de 1947.
En esa ciudad santafesina, disfrutó de una infancia y adolescencia “muy agradables”, que atribuye “a la posibilidad de compartir con amigos muchos juegos y actividades de agua y arena en el Paraná”, resume.
En la “Chicago argentino”, cursó los estudios primarios y secundarios en el Colegio Dante Alighieri, de donde egresó con el título de profesora de italiano. “Cuando tenía 20 años nos mudamos a Córdoba. Cambiamos aquel paisaje de río y camalotes por este de sierras llenas de encanto”, celebra.
Aquí, el Colegio San José, de Alto Alberdi, le permitió realizarse como docente. Ingresó como preceptora, después trabajó como maestra y se jubiló como directora, tras casi tres décadas de servicio ininterrumpido en esa institución fundada por Beba Casich, en 1971. “Ella nos enseñó a participar con voz y voto, a respetarnos en la diversidad, a defender los ideales de cada uno”, valora.

–Era un espacio de democracia en un contexto autoritario. –Exactamente. Era, entonces, el único colegio de gestión privada que cubría cargos por concurso. Había que rendir examen ante un tribunal que integraba un delegado de la UEPC. La comunidad educativa compartía el esfuerzo por construir un sentido de pertenencia. En un momento en el que se censuraba la participación política, dentro del colegio era posible hacerse oír y trabajar por cosas justas, desde las bases.

Hipercrítica. Vago reconoce que en esa época mostraba una postura “hipercrítica” frente al sistema educativo formal y que jamás dudó en sumarse a las protestas gremiales por reivindicaciones justas para los trabajadores del sector. “Juan Monserrat (actual secretario general de los docentes) sabe de la lucha que hemos librado juntos, porque la Uepc fue siempre un gran apoyo en esa búsqueda”, asegura.
También, se oponía, de manera fervorosa –dice– “a ciertas cuestiones de la Iglesia como institución”. “Veníamos con toda la fuerza del Concilio Vaticano (II) trabajando en la conformación de comunidades de base y eso incomodaba a los sectores conservadores de la Iglesia”, asegura.
La asamblea ecuménica de referencia, convocada por el papa Juan XXIII, se proponía, entre otros objetivos, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles y adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos.
“Apuntalábamos nuestra tarea en las comunidades de base con la fuerza de monseñor (Enrique) Angelelli, la literatura de teólogos como Leonardo Boff o de Paulo Freire (educador brasileño). Trabajábamos con los sectores más postergados de barrio Patricio, las mujeres ayudábamos a construir casitas. Allí conocí qué era el portland y el nivelador de piso”, recuerda con nostalgia.
Silvio Romo, su compañero de vida y con quien tuvo dos hijo, marcha a la par de ella desde la juventud por la misma huella de compromiso social. Con él, el matrimonio de Cristina y Oscar Lecher y otros fieles que compartían la catequesis familiar de la parroquia de barrio Ayacucho, fundaron, en 1991, la Asociación Civil Sal y Luz.
Se trata de la consumación de un sueño compartido y la materialización del proyecto “Amor en acción”.
“A veces, los cristianos hablamos mucho de amor pero no tenemos gestos amorosos notables”, cuestiona.

–¿Cuál es la búsqueda de Sal y Luz?–Uno de los objetivos es promover en los sectores vulnerables la idea de la ayuda social, no como el beneficio que otorga un gobierno de turno, sino como un derecho dado por la sociedad frente a la vulnerabilidad.
Hoy, la obra comunitaria de autogestión, atiende a 80 niños de 0 a 5 años. Sirve 100 desayunos y ofrece 150 raciones de comida diarias, entre platos y viandas. Mantiene un ropero comunitario y un centro tecnológico, entre otros servicios.
“Mi porfiada esperanza es que un mundo mejor es posible y tengo la certeza de que no hay antídoto contra el amor”, señala como claves de la lucha compartida “con los de abajo”.

Fuente: La Voz del Interior on line 10/07/2012

Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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