Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

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viernes, 23 de diciembre de 2011

A seis años del hito del indio que no iba a durar seis meses


El 18 de diciembre pasado se cumplió un nuevo aniversario de aquella histórica victoria electoral que llevó a Evo Morales Ayma al Palacio Quemado. Marcelo Taborda.

Ninguno de los encuestadores le asignaba más de cuatro o cinco puntos de ventaja sobre su principal contendiente, Jorge “Tuto” Quiroga, el vice que se convirtió en presidente para completar el mandato que el cáncer le truncó a Hugo Banzer. No había sondeo que le augurara más del 35 por ciento del electorado, porcentaje con el que sus predecesores en el Palacio Quemado se daban por más que satisfechos en las urnas y con el que se posicionaban para terminar de abrochar su acceso al poder a través de amañanadas componendas en el Congreso.
Precisamente en esos arreglos entre fuerzas que tradicionalmente se repartían cargos y sillones descansaba la expectativa delestablishment económico que dominaba Bolivia sobre la contienda de aquel 18 de diciembre de 2005.
Habían pasado la “guerra del agua” y la “guerra del gas”, con sus estelas de represión y muerte, pero también con el efecto disparador de un abanico de movimientos sociales, gremiales y políticos cuya articulación y lucha coordinada puso en fuga hacia Estados Unidos a un presidente, el neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada, y obligó a dimitir a otro, 

Pero para las que hasta entonces siempre habían sido clases dominantes, incluidos los medios que reflejaban una realidad de país sin tener en cuenta a las dos terceras partes de sus habitantes, no había de qué preocuparse ese diciembre.
La subestimación que hicieron de él sus rivales políticos habría de servirle para construir una victoria aún más épica, más allá de la contundencia de los números. Pero fueron esos números, equivalentes al 53,7 por ciento de los votos emitidos en una elección en la que participó el 84,5 por ciento del padrón convocado, los que terminaron por aventar cualquier suspicacia, desbaratar cualquier trama en el Legislativo y dar el envión de legitimidad inicial a Evo Morales Ayma, el primer presidente indígena de Bolivia.
Para quien meses antes había cubierto las marchas y protestas entre los gases de los policías y los estruendos de los cachorros de dinamita que los mineros detonaban en las blindadas adyacencias de la Plaza Murillo o junto al floreado Paseo del Prado, el mensaje del presidente electo aquella noche desde Cochabamba, acompañado por los primeros festejos que bajaban desde El Alto, tenían todo el perfume de un cambio de era. Los originarios aymaras, quechuas, guaraníes y tantos otros de la Bolivia profunda, los que nunca habían podido disfrutar de las riquezas de un país que quedaba siempre en las mismas pocas manos, parecían tener su revancha.

Apocalipsis y génesis. Sin embargo, al otro extremo étnico, cultural y económico de La Paz, en la poderosa Santa Cruz de la Sierra, acostumbrada a digitar mandatarios y agendas de gobierno, no estaban dispuestos a asumir su democrática derrota.

Horas después de aquel histórico 18 de diciembre, atravesar el suelo cruceño era exponerse a toda suerte de vaticinios fatales y comentarios apocalípticos. Pero aún más funestos que ellos eran los cálculos que esgrimían ante un enviado extranjero los integrantes del influyente Comité Cívico, verdadero centro de poder regional, quienes coincidían en una lapidaria frase: “El indio no va a durar seis meses”.
El domingo pasado se cumplieron seis años de aquella histórica victoria que alguien como Luiz Inácio Lula da Silva, primer presidente obrero de la nación más poblada e influyente de América latina, calificó como el hecho político y social más importante de la región en el inicio del nuevo milenio.
Un 21 de enero de 2006, ante sus ancestros en Tiwanaku, Evo inició su mandato y el 1º de mayo de ese año cumplió con su promesa de nacionalizar hidrocarburos.
Después una Constituyente dio paso a la nueva Carta Política de un Estado plurinacional y una puja con la Media Luna de Oriente que amenazó con la secesión del este petrolero e industrializado y puso al país al borde de un conflicto que se diluyó tras el respaldo a Morales de la Unasur en pleno. Un referéndum y una nueva elección refrendaron a Evo por mayor margen en las urnas antes de que algunas medidas económicas y una polémica ruta proyectada sobre una reserva natural e indígena minaran su adhesión precisamente en la que fue su base de apoyo.
En cualquier caso, independientemente de lo que depare el futuro a su gestión, aquel domingo de diciembre de 2005 quedará en la historia como el día en que la inmensa mayoría de los bolivianos sintió la dignidad de que su voz y su voto les reconocía un espacio propio y que ya no habría quién pudiera arrogarse la potestad de obligarlos a ceder el paso y bajarse de las veredas o les vedara levantar la cabeza para mirar al otro de igual a igual.



Dejo mi saludo ritual como un apretón de manos o un "Ave María Purísima", Firme y Digno, Bocha... el sociólogo.

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