Ortega y Gasset, conferencia en la ciudad de La Plata en 1939 Para animarnos a la recuperación de nuestros ideales, de nuestro carácter y de nuestro destino de grandeza: “¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que daría este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”

Evolución

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domingo, 21 de noviembre de 2010

Nicas y Ticas

Las fricciones fronterizas entre Nicaragua y Costa Rica solo cobran sentido si se las ve en el marco de una historia continental connotada por la ingerencia imperialista.
Existe un silencio inquietante de parte de los medios latinoamericanos respecto del conflicto fronterizo que desde hace unos meses se arrastra entre Nicaragua y Costa Rica. El motivo del diferendo parece ser una disputa en torno de la potestad sobre la desembocadura del Río San Juan y el plan de dragarlo que pretende llevar a cabo el gobierno de Managua. Costa Rica aduce que los nicaragüenses violan su soberanía con tales obras y exigen el retiro de las tropas que, según ellos, sus vecinos han desplegado en la Isla Calero. Nicaragua por su parte denuncia que efectivos de la fuerza pública costarricense violan a su vez su propia soberanía y pide apoyo a la Interpol para la ubicación y captura de un grupo de narcotraficantes que conforman un grupo criminal denominado “Los Tarzanes”, vinculado a una familia cuya finca fronteriza fue allanada por efectivos nicaragüenses, procedimiento que diera lugar a una protesta del gobierno de San José.

La discusión ha ido subiendo de tono, en especial de parte del gobierno costarricense, que se considera la parte afectada, y el asunto ahora ha venido a parar a las manos de la OEA. Cosa que no es tranquilizante, en parte debido a la inoperancia de ese organismo en la mayoría de las ocasiones en que ha sido requerido de urgencia y por la presencia en él de Estados Unidos, factótum de cuanta jugada turbia se ha dado en Centroamérica.

Es este punto el que levanta la mayor inquietud. ¿Cabe disociar la tensión entre Costa Rica y Nicaragua del desembarco y asentamiento en territorio costarricense de unos 7.000 marines norteamericanos y la libertad de acción concedida por el gobierno de San José a los efectivos USA para actuar en el país, a fin de combatir el narcotráfico? La IV Flota también se ha beneficiado de facilidades para atracar sus naves en apostaderos ticas. El tema es singularmente preocupante porque se inserta en una situación regional caracterizada por una volatilidad derivada de la hostilidad de Estados Unidos hacia el gobierno de Hugo Chávez, y por el hecho de que Colombia es alentada por la Unión a asumir un rol de mayor proyección militar hacia Centroamérica y el Caribe.

De momento el contencioso entre San Juan y Managua ha sido referido por la OEA a una reunión de cancilleres a realizar en Washington a principios de diciembre.

No cabe tomar a la ligera el diferendo fronterizo al que aludimos. Existe siempre cierto periodismo que maneja la información con criterios superficiales y la ofrece condensada en fórmulas simplistas. Un periodismo que tiende a sobrevolar los datos de la realidad, tomando de esta sus aspectos más hueros y arrancando de ellos las resonancias más vacías. Nada más fácil entonces que jugar en torno de este conflicto a partir de conceptos como el de “república bananera”. Este tipo de apreciación olvida que lo de “bananero” deviene de la explotación imperialista practicada por la United Fruit, dato que hace que el término cobre una connotación trágica. Ese tipo de jugueteo coincide también con el interés del sistema en el sentido de mantener, esa y todas las cuestiones de veras urticantes, veladas por una pátina irónica que tiende a reducir los problemas de estos países a bufonadas propias de sociedades inmaduras. Sin señalar que, en todo caso, esa inmadurez, cuando existe, deriva del cuidado que se toman el imperialismo y los sectores a él ligados por mantener en el primitivismo ideológico y en la mentalidad insular derivada de su fragmentación a los pueblos que han sido víctimas de esta.

La convención cortés
Porque en el fondo no se trata de cuestiones semánticas y de calificativos derogatorios, sino de que la manifestación de estos problemas limítrofes y de estas rencillas entre Estados de peso pluma remite a verificar de nuevo la persistencia del lastre de anomia significado por la balcanización iberoamericana posterior a la independencia. Todavía es preciso seguir adhiriendo a una convención cortés que obliga a definir como naciones a Nicaragua, al Salvador, a Costa Rica, a Honduras y a Guatemala, así como a conceder igual estatus a Panamá; a persistir con la ficción de una nacionalidad uruguaya separada de la argentina, de una boliviana separada de la peruana, de una paraguaya insular dentro de la cuenca del Plata, de una nacionalidad colombiana escindida de la venezolana y de una nacionalidad chilena erizada de una agresiva desconfianza frente a la argentina y la peruana… Brasil, por su lado, posee un peso propio que puede dar verosimilitud a la calificación de Nación con mayúscula, pero sería una ilusión suponer que su aspiración a convertirse en una potencia global puede sustentarse si no se concibe a sí mismo en su ensamble en un arco regional de políticas comunes que se tienda por lo menos desde Caracas a Buenos Aires.

El cuadro de las singularidades latinoamericanas es abigarrado y su folklore varía, pero el impacto de la mundialización desigual obliga a que nuestros países sean capaces de verse a sí mismos como partes de una entidad regional cuyas partes se necesitan cada vez más entre sí. Las tendencias a la unificación se pusieron de manifiesto en Centroamérica varias veces desde la separación de España, para terminar trágicamente casi todas ellas por las intrigas e ingerencias del imperialismo anglosajón y por la resistencia feroz de las minorías ligadas a este; pero su persistencia pone de manifiesto su necesidad objetiva, su “fatalidad” geopolítica, así como la presencia de los vínculos culturales que son los mismos que abarcan al entero arco de Latinoamérica y el Caribe, México incluido. La soledad de este gran país, cuya “lejanía de Dios” tanto preocupaba a Porfirio Díaz, podría atenuarse si sus gobernantes eligiesen vacunarse contra su proximidad a los Estados Unidos con una dinámica política que se enganche a la que se está en tren de fraguarse en el sur del hemisferio.

Las amenazas que se derivan de la crisis global y en especial del cada vez más enconado giro a la derecha tanto en la política del establishment como en gruesos sectores de la opinión de Estados Unidos, determinan que el acercamiento de los países del conglomerado latinoamericano se haga cada vez más imperioso. Típico de la amenaza a que aludimos, por ejemplo, resulta el nombramiento de la nueva jefa del poderoso Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, tal como ha quedado compuesto tras las últimas elecciones legislativas. Ascenderá a dicho cargo la congresista Ileana Ros-Lehtinen, exponente de lo más beligerante de la emigración cubana, decidida partidaria de la expulsión de Hugo Chávez y desde luego manifiesta enemiga de la Alianza Bolivariana para las Américas (Alba).

Estados Unidos puede estar perdiendo importancia en el mundo como consecuencia de la aparición de las potencias emergentes y de su menor peso relativo en la economía mundial –que continúa siendo enorme, sin embargo-, pero sigue considerando a América latina como un predio que le está reservado. Sería suicida ignorar este dato. La mejor manera de contrabatir la persistencia de este punto de vista y el giro a la derecha que está verificándose en el corazón del Imperio, es reforzando la batalla ideológica para rasgar la bruma que todavía envuelve nuestra historia común, sin olvidar por supuesto la puesta en práctica de políticas activas que mancomunen la política exterior y la defensa de nuestros países, poniéndolas en un plano de interdependencia.

Fuente: http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=204

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